Nick no durmió esa noche. O la siguiente. O la que siguió.
Para el viernes, Manuel lo encontró dormido en su escritorio a las siete de la mañana, rodeado de reportes financieros y taza de café frío.
—Jesús, Nick. —Manuel cerró la puerta—. ¿Cuándo fue la última vez que fuiste a casa?
—Miércoles. Creo. —Nick se enderezó, su cuello crujiendo dolorosamente—. ¿Qué hora es?
—Hora de que admitas que esto no está funcionando.
—Los números están mejorando...
—No estoy hablando de números. —Manuel se sentó—. Estoy hablando de ti. Te ves como m****a. Actuás como zombie. Y ayer gritaste a pasante porque puso crema en tu café cuando pediste negro.
—Fue error estúpido...
—Fue café. —Manuel lo interrumpió—. Nick, eres mi amigo. Y como tu amigo, necesito decirte: no puedes seguir así.
—¿Así cómo?
—Así de miserable. —Manuel señaló los papeles—. Durmiendo en oficina. Evitando tu penthouse porque huele a ella. Revisando tu teléfono cada cinco minutos esperando mensaje que no va a llegar.
—No hago eso.
—A