Mía pasó las palmas abiertas sobre la falda del vestido de novia, era absolutamente precioso. Se limpió las últimas lágrimas que había decidido permitirse por él. Vio a través del vidrio polarizado cómo Galiana se acercaba al auto y destrababa la puerta, abriendo la boca con emoción.
—¡Dios mío! ¡Estás bella! —exclamó mirándola de arriba abajo y luego tomó sus manos—. ¡Es un día maravilloso, Mía! ¡Preparé algo increíble para ti! ¡¿Y a que no sabes quién vino?!
Mía lo sabía perfectamente, pero amaba a Galiana con todo su corazón así que prefirió darle el gusto de dejar que se lo dijera.
—¿Quién, Gali?
—¡Leo! ¡Leo está aquí! ¡Por fin regresó! —Galiana daba salto