En el café de la Oliva se dispuso cierta noche una cena para doce
personas, en el comedor de arriba; un cuarto oscuro que a los calaveras
del pueblo y al amo del establecimiento les parecía muy reservado, y muy
misterioso, y muy a propósito para orgías, como decían ellos.
El camarero de la guitarra y otros dos colegas se esmeraban en el
servicio de la mesa, porque eran los de la ópera los que venían a cenar;
y... ¡colmo de la expectación!, se aguardaba también a las cómicas;
vendrían la tiple, la contralto, una hermana de esta y la doncella de
Serafina, que en los carteles figuraba con la categoría dudosa de otra
tiple.
El único profano a quien se invitó fue Bonifacio; él, lleno de orgullo
artístico, pero recordando que la hora señalada para la tal cena era de
las que su esposa le tenía embargadas para las últimas friegas, ofreció
ir a los postres y al café, reservándose el cuidado de echar a correr a
su tiempo debido. No sabía que a lo que él iba era a pagar. Esto lo supo
después, cu