—Estás despierta —anunció el rey Ares mientras Helena se movía en la cama y sus ojos se abrían.
Lo primero que llamó su atención fue el candelabro de arriba. No tenía una lámpara de araña en el techo de su dormitorio. Miró a su alrededor y todo lo demás le resultaba extraño, aunque familiar.
Ese no era su dormitorio.
Era del rey Ares.
Ella giró la cabeza en su dirección con ojos llenos de sorpresa.
—¿Como llegué aquí?
—Buenos días a ti también, amor.
Helena puso los ojos en blanco y se obligó a sentarse erguida. Su cabeza todavía se sentía confusa y sus ojos somnolientos, pero necesitaba respuestas antes de decidir si volvería a acostarse o no.
—Su majestad —su voz severa llamó.
El rey dejo de lado el pergamíneo que tenía en la mano antes de girarse para mirarla por completo. Fue entonces cuando Helena vio que estaba completamente vestido para ir a trabajar con su vestimenta formal habitual. Su cabello negro estaba perfectamente peinado. Parecía impecable como siempre. Sólo verlo hacía