—Buenos días, he traído su desayuno —anuncia la habitual mujer y se va sin siquiera poderle contestar.
Me tardo un poco en poder estar firme con los pies en el suelo. Siento algo extraño, y tardo en entender que es el latir de Aquiles, ha llegado.
—Buenos días —su voz manda corriente por mi cuerpo y sin poder controlarlo reacciona, mi piel se estremece y mi entrepierna palpita—. He llegado, discúlpame por tardar tanto.
Camina hasta encontrarse frente a mí e hincarse, ni siquiera puedo verlo, no puedo alzar mis ojos y mirarlo. Simplemente no puedo porque mi cuerpo y corazón responderán a ese embrujo.
—Te he traído esto, es parte de un coral, es… nues