La luz se filtra por las ventanas del palacio despertando a algunos desdichados y a algunos entusiasmados. Pues el día de la boda entre el príncipe Hans y la princesa Anna ha llegado.
¡Dos príncipes de monarquías millonarias y muy poderosas harán historia!
Daniel, el organizador de bodas, sonríe al ver a la diseñadora Eloisa llegar detrás de su carruaje. Ambos se saludan y los guardias les dan entrada al palacio, en dónde una Emma sonriente desayuna junto a unos invitados de gran relevancia; como los Duques de Dinamarca que han llegado ayer a tardes horas, al igual que los embajadores de Japón, Francia -aunque por mera obligación-, y el embajador Alemán.
—¡Todo debe ser perfecto! —exclama Emma, aunque en el fondo preocupada por la evidente tristeza de Anna quien también desayuna, sin ganas, justo a su lado.
Anna está cansada, de saludar, de sonreír y fingir que hoy es el mejor día de su vida.
—¿Puedo ir a prepararme ya? No tengo apetito —dice la pelinegra hacia Eloisa.
—¡Por sup