En el coche permaneció en silencio, contemplando el paisaje nocturno de la ciudad, las brillantes luces de neón, el tráfico.
-¿No tienes nada que decir? -preguntó Leonidas al cabo de un rato.
-Gracias por haber decidido con tanta rapidez que nos fuéramos.
-¿Cómo te sientes?
-Bien -contestó Marisa. Al menos físicamente. Emocionalmente era otra cuestión.
Unos minutos después, Leonidas detenía el coche ante la casa de Alice.
-Nos vemos mañana -dijo Marisa a la vez que alargaba una mano hacia la puerta.
Leonidas se inclinó hacia ella y le acarició la mejilla.
-Pasaré a recogerte al mediodía -deslizó el pulgar por el labio inferior de Marisa , sintió su ligero temblor y volvió a apoyarse contra el respaldo del asiento-. Que duermas bien.
Marisa bajó del coche y se encaminó hacia la casa. El coche de Leonidas no se alejó hasta que hubo cerrado la puerta a sus espaldas.
Marisa se levantó temprano para llevar a Stavros a su clase de montar. Cuando regresaron, y después de un agradable desayu