Ese día, su cuerpo —o más bien, los bebés en su vientre— le enviaban un mensaje claro y rotundo: necesitaba plátanos. No uno, no dos. Una caja entera si era posible. El antojo apareció de forma repentina, tan intensa que Alicia soltó un leve gemido y se llevó la mano al vientre.
 —¿Otra vez ustedes