La señora Lía Luz me imponía que para el viaje debíamos de llevarnos a su perro, Tabaco. ¿Era una broma? Lo tenía encerrado, porque había mucho personal realizando las adecuaciones de instalación de cámaras. Y al parecer no le gusta mucho la gente.
En el interior de la casa suele mantenerse sin problema, según lo escuchado, adora a su madre y a sus hermanos. Debemos esperar a que poco a poco se adapte a nosotros. Pero eso era algo muy distinto, a que nos lo lleváramos quien sabe a dónde.
—Señora Trujillo.
—Sé que suena extraño, pero debo llevarme a mi perro, si es por tantos días más todavía. No se encuentra acostumbrado a separarnos por mucho tiempo, a mi llegada de Cali estaba triste y no volverá a pasar.
—Un perro nos cohíbe los hospedajes en lugares cómodos.
—No siempre he vivido en mansiones, señor Gamal.
—No me refería a eso en específico.
—Lo sé, señor Acevedo. Pero no puedo dejarlo y debo presentárselo. Él es difícil, pero si le caes bien, entrarás a su rango de protección