Dolores sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. “¿Estás segura?” preguntó, su voz temblorosa.
“Las hojas no mienten,” respondió Ivonne. “Pero también mostraron que usted tiene el poder de detener esto. Debe actuar rápidamente, mi señora, antes de que sea demasiado tarde.”
El amanecer llegó con un cielo gris y nublado, como si la misma naturaleza presintiera la tensión que se acumulaba en el castillo de los Carter. Dolores se encontraba en su estudio, con las manos cruzadas sobre la mesa y la mirada fija en un pergamino que no había terminado de leer. Las palabras de Ivonne seguían resonando en su mente: traidores dentro del castillo. Era un pensamiento inquietante, que hacía que cada rostro familiar que veía le pareciera ahora un potencial enemigo.
Dolores respiró profundamente, tratando de calmarse. Sabía que no podía permitirse el lujo de mostrarse débil. Como señora del castillo, debía proyectar fortaleza, incluso si por dentro sentía que estaba caminando sobre un suelo quebradizo