La mente de Ariadna estaba saturada de ideas catastróficas, reflexiones acerca de la situación de su marido y el anhelo de poder ayudar a su amado Iván. Nathan no comprendía el daño que se hacía así mismo o tal vez sí, pero fingía que no.
Esa noche, pese a estar muy cansada, entre sollozos y una capa delgada de sudor en la frente, una pesadilla la hizo perder las ganas de volver a quedarse dormida. En aquel sueño angustioso aparecía Iván con la camisa color vino con la que le pidió matrimonio.
Todo era como antes, entrelazaron sus manos y sus miradas se encontraron expectantes. Redujeron la distancia que había entre ellos, la palma cálida de Iván rozó con suavidad su mejilla y acto seguido sus labios se unieron en un beso fervoroso. Estaban juntos.
Se separaron para recobrar el aliento y los ojos cafés de su amado se volvían verdes, Ariadna pestañeó perpleja, pues la melena oscura de Iván se tornaba rubia ante sus ojos. Su mirada bajó a sus manos, en dónde se apreciaba una sangre