Jennifer Soleimani
Trato de hacer oídos sordos a todos los insultos que me gritan cuando me llevan a mi celda en la prisión de máxima seguridad.
Tengo miedo, dicen que las prisioneras son muy peligrosas, pero sé que como yo hay mujeres inocentes en este lugar.
—Bienvenida a tu nuevo hogar.— Me dice el guardia de seguridad y me empuja adentro de la celda, es un lugar de dos metros por dos con un sanitario y una cama de cemento sin sabanas ni almohada.
Me siento en la cama, y después de un par de horas una mujer se para delante de la reja, tiene el cabello rapado y tatuajes en el cuello, se ve muy intimidante.
—¿Te crees muy fuerte porque mataste a una mujer indefensa en la cárcel?— Me pregunta y yo me pongo de pie, harta de que me acusen de cosas que no hice, si la tuve que matar, ¡pero lo que nadie divulga es que fue en defensa propia!
—No voy a discutir contigo, tú no sabes quién soy yo.— le respondo seria y me acuesto en la cama.
—Tu tampoco pareces saber que la que manda aquí