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CAPITULO 1 EL NUEVO SUBDIRECTOR.

Eileen Williams

Muevo mi cabeza dándome cuenta que estoy adolorida, la espalda me duele y las costillas también, giro ahora mi cuerpo y el golpe me despierta completamente, al no conseguir más colchón.

— ¡Rayos! — Murmuro observando la cama. Mis manos se sostienen de las sábanas y observo a las dos personitas, que no están de forma vertical en la cama, sino de forma horizontal,  apoderándose de todo el espacio; sonrío recordando como a media noche, los truenos los hicieron acudir a mi habitación. 

Me levanto y sobo mi culo adolorido por el golpe.

— ¿Qué es un dolor más, para este adolorido cuerpo? — Me pregunto,  pero aún sonriendo con la mirada fija en la cama.

— ¿Qué importa la incomodidad, cuando está  causada por la invasión a mi privacidad, o cuando tengo a los dos seres que más amo en mi vida junto a mí? — Me pregunto mentalmente y me siento con cuidado, para no despertarlos. Beso sus mejillas y los abrazo, desvío la mirada hacia el reloj que está sobre la mesita de noche.

— ¡Oh, rayos! — exclamé mentalmente y me levanté corriendo al ver el reloj que marcaba las seis. Apresurada ingresé al baño.

Una ducha rápida era lo mejor para despejar una mala noche,  llena de truenos y la incomodidad de tener las piernas, brazos o codos, enterrados en las costillas o la espalda. 

Salgo corriendo del baño, chocando con el cuerpo de mi madre,  que seguramente ingresó a mi habitación en el momento que estaba en la ducha, me apresuro hacia el clóset.

  

— Tranquilízate — susurra mi madre observando mi cama.

— ¿Mala noche  nuevamente? — Pregunta observando a los dos pequeños, que ella, adora tanto como yo.  

— Sí, no sé qué sucede, no quieren dormir solos y cualquier excusa es buena para ellos, a la hora de ingresar en mi cama — murmuré mientras me vestía apresurada.

El trueno que se escuchó nos hizo saltar a ambas. Gruñí porque aquí nunca escampa.

— Creo que eso es lo que sucedió, Eileen. Están aterrorizados con los truenos. — Opina mi madre y estoy de acuerdo con ella.

— Sí,  debe ser eso, toda la noche se sobresaltaron con cada uno de ellos y prácticamente me perforaron el cuerpo a patadas, manazos y codazos  — pronunció sonriendo.

— Bueno, cuando el “rey”  llegue y se los lleve nuevamente,  todo se calmará — sonrió mi madre, interpretando las comillas con sus dedos.

— En eso también tenía razón,  con él, siempre se tranquilizaban y sacaban una valentía única.

— Sí,  también eso, todos estos días lo único  que han hecho es preguntar, ¿Cuándo llegará? — hice la mímica de los niños y mi madre sonrió.

— Bueno,  entonces hoy serán felices y te dejarán dormir. — Asegura.

— No lo creo, madre. Axel,  llega hoy para realizar algunos arreglos y se vuelve a retirar. Su misión aun no ha culminado — susurré un poco preocupada.

— Pensé que ya había culminado, como lo he escuchado comunicarse contigo, — indicó mi madre pensativa. 

— Sí, pero ya sabes que muchas veces no es posible mantener comunicación, cuando se está en una misión. — Le recordé.

— ¡Eileennn…, por favor!  no aceptes otra misión. — Los ojos de mi madre me observaban implorantes al igual que se escucha su voz.

— Madre, la abracé conociendo su angustia, mi padre falleció en una misión hace unos meses. Besé su frente,  soltándola a los pocos segundos, se me haría tarde.  Ella limpió una lágrima que corrió por su mejilla.  — Suspiré mientras culminaba de vestirme, no podía dejarme llevar o caeríamos las dos entre lágrimas.

— ¿Dalia y Adara no llegaron anoche? — Pregunté tratando de cambiar la conversación.

— No, ellas dos cubrieron guardia anoche.  — Respondió mi madre con pesar. Estaba segura que a Dalia, también le había pedido que no aceptara más misiones. 

Asentí y observé nuevamente mi cama,  la cual  en horas de la madrugada había sido invadida — sonreí al ver el cuento que había tenido que leer hasta su final. 

Moví mi cuerpo sonando los huesos,  para que mi sufrida espalda y costillas se relajaran un poco, observé el reloj y  salí corriendo hacia mi auto, me detuve un momento al notar el mal clima y...

— ¡Rayos! llovía a cántaros, juro que me iré de  Washington en tiempos lluviosos — murmuré con rabia, ya que esto me haría llegar más tarde de lo esperado y hoy, era un día que no podía darme ese lujo y tampoco es que tuviese en realidad pensado irme de este lugar. Bueno, aunque sea unas largas vacaciones si lo había pensado,  sol,  necesito sol con urgencia. 

Ingresé apresurada al vehículo, introduje la llave, intente  uno, dos, tres, cuatro, cinco intentos — suspiré, el maldito auto no encendía, lo intenté varias veces, pero era imposible, parecía que todo estaba en mi contra para llegar a tiempo a la reunión con el Director de la Oficina federal de Investigación (FBI). 

— ¡Rayos! — exclamé rabiosa,  hoy nombrarían al nuevo Sub Director General, nadie sabía quién era, después del trágico accidente de Alim, el antiguo Sub Director, todo había quedado en suspenso y a la espera del nuevo nombramiento; para todos fue una sorpresa que este nuevo personaje llegaría desde los Ángeles, pues esperábamos que fuese nombrado uno de los integrantes de nuestro equipo de trabajo.

— ¡Cálmate! — mencionó mi madre, cuando golpee el volante maldiciendo una y otra vez. Ella, estaba parada al lado de mi auto, esperando que saliera para cerrar la puerta del garaje.

Salí del auto apresurada, besé la mejilla de mi madre despidiéndome  y   corrí a buscar un taxi, pero hoy, no era mi día de suerte;  también era imposible conseguir un taxi disponible con esta torrencial lluvia.

Escuché como un carro tocaba su bocina desesperado. Maldije al imbécil, hasta que me di cuenta que esos gritos eran dirigidos a mí.

— ¡Eileennn! — volvieron a gritar.

Me fijé en el conductor y...

— ¡Rayos! mi suerte no era tan mala — murmuré ingresando al pequeño vehículo de mi amigo Brais. 

— Duro amanecer, ¿No crees? — Mencionó con una sonrisa sardónica. 

— Ni que lo digas — le respondí señalándole hacia la lluvia.

 

— ¿Y cuál es la última novedad con tú cacharro? — Murmuró sardónicamente  mientras conducía.

 

Con una mirada asesina le recordé que íbamos muy retrasados. 

El tráfico estaba terrible y nunca faltaba uno que otro loco conduciendo. 

Llegamos con una hora de retraso a la reunión, unos minutos después ambos corríamos por el pasillo,  al departamento de conferencias seleccionado por el Director General o Presidencial, como todos le decían a Elián Johnson, nombramiento otorgado directamente por el presidente de los Estados Unidos, desde hace dos años  y contra eso, no había nada que aportar, y este era quien nos presentaría al nuevo Sub Director.

Cuando ingresamos a la reunión, todos nos miraron fijamente a Brais y a mí, sabíamos que habíamos entrado intempestivamente, pero no creía que por ese motivo, todos tenían cara de tragedia.

El ambiente se sentía frío, pesado y como si todo fuese una pesadilla, los rostros de nuestros compañeros de trabajo tenían la seriedad de una misión muy complicada y sus mandíbulas tan apretadas como si corriéramos un gran peligro.

— ¡Llegan tarde! — refutó amargamente la persona que estaba hablando a mi espalda.

—   Y, como iba diciendo,  lo más importante para mi equipo de trabajo es la responsabilidad,  lo cual no permito a ningún funcionario de mi equipo… 

Esa voz la reconocería en cualquier lugar del mundo. Brais y yo, nos miramos enseguida y ambos giramos lentamente, acallando la voz que hablaba de la responsabilidad, enfurecido quizás por nuestra interrupción.

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