En su tercer aniversario de bodas, Ivana abrió el cajón del tocador y, al revisar, encontró aquella caja de preservativos que había comprado antes de casarse.
Estaba intacta. No era cuestión de olvido ni de precaución: simplemente, entre ella y Nelson nunca había existido intimidad.
Esa noche, decidió dar el primer paso. Se puso una lencería sugerente, se tomó unas copas de vino para agarrar valor y, cuando Nelson salió de la ducha, lo abrazó por el cuello con delicadeza.
—Amor —susurró cerca de su oído—, podríamos aprovechar...
Pero él la apartó de golpe, sin miramientos.
—Ivana, ¿no tienes ni tantita dignidad?
Su tono era seco, como si le hablara a alguien que le estorbaba.
—Siempre con lo mismo. Si estás tan urgida, cómprate un juguete.
Ivana se quedó paralizada. ¿Pedir cariño a su propio esposo era motivo de burla?
Esa noche no pegó un ojo. Se pasó horas buscando en internet: "¿Qué hacer si tu esposo nunca quiere tener sexo contigo?"
Algunos foros hablaban de homosexualidad, otros de bloqueos emocionales, algunos de disfunción.
Mientras más leía, más dudas tenía. La cabeza no le daba tregua.
Se levantó para ir por un vaso de agua, pero al pasar por la habitación notó que Nelson no estaba en la cama.
Escuchó ruidos en el baño. La luz estaba encendida y la puerta, entornada. Se acercó con cautela.
Lo que vio la dejó sin aliento.
Su esposo, el mismo que nunca la había tocado, estaba dentro... masturbándose, con los ojos fijos en la pantalla del celular.
Y no era cualquier imagen: era una foto de Elena, su hermana.
Nelson, creyendo que Ivana dormía, murmuraba entre jadeos:
—Elena... Elena...
Ivana sintió un vuelco en el pecho y salió corriendo, con el corazón desbocado. Al pasar junto a la mesita de noche, notó que el celular de Nelson vibraba con una notificación.
Dudó, pero lo tomó. Sabía la clave desde hacía años. Nunca se había atrevido a usarla. Hasta ahora.
Era un grupo de WhatsApp con sus amigos de siempre:
"Nelson, hoy cumples mil días de castidad, ¿no? ¡Eso hay que celebrarlo con unos tragos!"
"¿Neta ya casi tres años casado con Ivana y ni siquiera la has tocado?"
"Digo, aunque sea una rancherita, la chava está buenísima. ¿En serio nunca le entraste?"
"Claro que no. ¡Nelson le prometió a Elena que se iba a mantener puro hasta el final! Y él siempre cumple su palabra."
"Ivana le quitó a Elena su lugar como hija de los Ramos. Los papás de Nelson lo obligaron a casarse con ella, pero todo estaba planeado."
"Primero se casa con la impostora, luego la deja. Así queda marcada para siempre como una mujer usada y divorciada."
"Nelson, ahora que tienes todo el Grupo Braga bajo control, ¿ya toca el divorcio o qué?"
Y justo antes de que él entrara al baño, había respondido una sola palabra:
"Pronto."
Solo eso. Pero para Ivana, fue como una puñalada directa al pecho.
Ella creció fuera del país, adoptada por otra familia. Hace cuatro años, volvió a su país y descubrió que era la hija legítima de la familia Ramos. Que la habían cambiado al nacer.
Los Ramos no podían simplemente echar a Elena, quien había crecido como su hija durante más de veinte años. Así que ambas se quedaron bajo el mismo techo.
El compromiso con Nelson venía de generaciones atrás. Al principio, estaba prometido con Elena... hasta que el apellido de Ivana volvió a aparecer en el registro.
Ivana nunca quiso ese matrimonio. Lo rechazaba por completo.
Pero Nelson insistió. Viajó en jet privado solo para llevarle comida típica de Elarvia, su país adoptivo. Se quedaba al ceular con ella hasta que se dormía.
Incluso la salvó personalmente cuando ambas fueron secuestradas, y la familia eligió rescatar a Elena.
Poco a poco, Ivana se fue ablandando. Pensó que tal vez Nelson sí la quería. Se permitió enamorarse... y terminó diciendo que sí al matrimonio.
Pero después de la boda, Nelson ya no fue el mismo.
Se volvió frío, distante. No la tocaba ni por error.
Ivana pensó que tal vez era un problema físico… pero no. No era eso. Simplemente reservaba su cuerpo para otra mujer.
Para Elena.
Ivana no lo entendía.
Ella no pidió nacer. No pidió que la cambiaran en el hospital. Tampoco eligió regresar a su familia biológica.
¿Por qué la trataba como si todo fuera culpa suya?
¿Qué tanto le había hecho como para merecer ese desprecio?
Las lágrimas le nublaron la vista justo cuando el celular vibró. Era su mamá adoptiva.
—Ivana —dijo con esa voz suave que tanto la reconfortaba—, mi cumpleaños es en unos días… ¿te gustaría venir a verme? Digo, si tus otros papás no se oponen...
Los padres adoptivos de Ivana la adoptaron legalmente cuando era niña. Como no podían tener hijos, la criaron con todo el cariño del mundo, como si fuera su propia hija.
Pero al final, la sangre tira. Y por quedarse cerca de Nelson, Ivana decidió quedarse sola en este lugar hace ya cuatro años.
Ahora, sin embargo…
Apenas escuchó la voz de su mamá adoptiva, las lágrimas que había estado aguantando durante tanto tiempo se le vinieron encima sin control.
—Mamá… quiero volver a Elarvia —dijo Ivana, hecha un mar de llanto.
Del otro lado, el silencio fue breve. Apenas la escuchó llorar, la madre se alteró:
—¿Qué pasó? ¿Los Ramos te están haciendo algo? ¡No digas más! Te quiero aquí de vuelta. ¡Y ya!
Sabía que lo decía en serio.
Sus padres adoptivos eran los empresarios más poderosos de Elarvia. Siempre la protegieron como si fuera de cristal.
—En tres días te mando el jet privado. No quiero excusas. ¡Eres mi hija, Ivana, y nadie... nadie tiene derecho a lastimarte!