Gabriella estiró su cuerpo y cambió de posición. ¿Desde cuándo su cama se había vuelto tan suave y cómoda? No deseaba pararse ni ir a ningún lado y, mecánicamente, se metió bajo la cobija para seguir durmiendo por un rato más. Un rayo de luz sobre sus ojos hace que se despierte; su cabeza retumba un poco.
—¡Maldito tequila! Si no fuera tan bueno, decía que no lo vuelvo a hacer.
Sus ojos recorren la habitación: ¡este no es mi cuarto!, e inmediatamente, como un tsunami, los recuerdos de una noche salvaje llegan a ella.
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