Un auto blanco se estacionó en la acera opuesta de la cafetería. Un hombre alto, vestido de blanco y azul, cruzó la calle. Algunos transeúntes no pudieron evitar mirar al hombre con lentes de sol y caminar altivo. La puerta del café se abrió, anunciando la entrada de un cliente que se acercó a la barra a preguntar por Gabriella, bajo la mirada atónita de las empleadas.
—Lo siento, señor, la señorita Gabriella no está.
Él insistió en saber a dónde fue exactamente Gabriella, pero la empleada del café fue muy categórica al decir que no podía revelar esa información y que, si deseaba hablar con ella, volviera otro día.
Fabrizio sintió una mezcla de frustración e impaciencia. Sabía que tenía que encontrar una manera de alcanzar a Gabriella antes de que fuera demasiado tarde.
Fabrizio respiró hondo y se retiró del café, planeando su siguiente movimiento. Sabía que no podía rendirse tan fácilmente. Tenía que encontrar a Gabriella y asegurarse de que estuviera a salvo.
Entonces, intentó llama