Mientras batía unas claras para un postre, la mente de Gabriella volaba lejos de allí. No podía entender a Fabrizio y su extraña actitud. Desde su último encuentro hace una semana, no había sabido de él; era como si la tierra se lo hubiera tragado.
“¿Pero por qué tenía que preocuparse por este pibe? Que haga lo que quiera, no me importa,” pensaba, buscando compostura.
El negocio de Gabriella cada vez tomaba más renombre y las solicitudes para ser chef en eventos privados de la alta élite florentina aumentaban considerablemente. Tanto así que Vito, su empleado en el café, se convirtió en su ayudante en los eventos. Pero a este paso, necesitaría otro ayudante, ya que cada vez eran más grandes los pedidos que atender.
—Hola, ¿hay alguien por aquí? —Una voz conocida se escuchó en la cocina, y Gabriella salió del cuarto de suministros.
—¡Nicola! Hola, ¿cómo estás? Me gusta verte —dijo Gabriella, saliendo al encuentro de su amigo, al que no veía hace muchos días. Su sonrisa iluminaba su ros