—¿Está bien? —seguía preguntándome, en voz baja, con un tono suave y seductor.
Sentía que todo mi cuerpo ardía.
Yo murmuré:
—No.
Sin embargo, Mateo no se rindió. Su voz se volvió aun más baja, cálida, envolvente.
Él me susurraba una y otra vez.
Su tono ronco parecía tener un poder hipnótico, y me fue llevando poco a poco a desabrocharle el cinturón y luego...
—Muy bien, Aurora... sí, así... —su voz sonaba cargada de deseo.
Yo veía la habitación borrosa.
Yo, confundida, casi no sabía lo que hacía, pero sin duda lo complacía.
En esos momentos, sus ojos reflejaban una entrega total.
Después me cargó en brazos y me llevó al piso superior.
La primera mitad de la noche estuvo llena de pasión. Parecía incansable, buscándome una y otra vez.
Cuando por fin se sintió satisfecho, me abrazó con fuerza, diciendo que me amaba, que desearía fundirme en su cuerpo.
De la nada recordé esas palabras en la pared de los recuerdos.
Mi corazón se ablandó, con un dejo de dolor y ternura.
Lo abracé fuerte y le