Me desperté de golpe, sentándome en la cama, con el corazón en la boca.
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Los golpes en la puerta eran pesados, y el ruido del hierro contra la madera en plena noche lo hacía aún más aterrador.
Apurada, me puse una toalla y me paré de la cama.
Con la poca luz que había, vi que la puerta se deformaba con cada golpe, como si fueran a tumbarla a golpes.
El corazón me latía con fuerza.
Corrí a agarrar un palo de madera y grité:
—¿Quién es? Si sigues golpeando como un animal, voy a llamar a la policía.
—Aurorita, soy yo, tu hermano favorito. Abrí la puerta.
Me quedé helada.
¿Mi hermano?
¿Qué hacía acá a esta hora? ¿Mateo le habría hecho algo?
Corrí a abrir la puerta.
Pero apenas giré el picaporte, una fuerza enorme empujó la puerta y alguien entró.
Vi una sombra alta, imponente, llenando toda la entrada.
Era Mateo.
Sentí que las piernas me temblaban.
Retrocedí sin pensarlo:
—¿Qué... qué haces acá? ¿En dónde está mi hermano?
—¿Tu hermano? —se rio de una forma diabólica.
Hizo