Parte 3...
Bianca se levantó de la cama de un salto y fue hacia Ludimila.
— Te pareces a mí - comentó Alan.
Mathias sonrió reconfortado por esa observación.
— Ahora no - señaló su cabeza rapada de lado y Alan rió — Sabes, tengo una colección de soldaditos de plomo.
— Qué genial. ¿Puedes mostrármelos después?
— Están en mi oficina. Puedes ir a buscarlos si quieres.
— ¿Puedo jugar con ellos? - se entusiasmó.
— Claro. También puedes quedártelos si quieres.
— ¡Genial!
La conversación con el pequeño lo animó un poco más. Su hijo parecía disfrutar estar a su lado. Su corazón se apretó. Solo faltaba que la madre también disfrutara de estar allí.
El enfermero entró en la habitación y habló con ellos. Les avisó que el fisioterapeuta estaba llegando. Mathias se puso serio.
— ¿No quieres hacer el ejercicio? - preguntó Alan.
— No - gruñó — Pero necesito.
— Mi mamá estaba preocupada por ti - se sentó más cerca en la cama — Incluso lloró cuando se enteró de que estabas enfermo.
— ¿En serio? - puso