Capítulo 6. Un año para conquistarla

—Príncipe, si se da cuenta de que no tengo opción, ¿verdad?

—¿Te irás dejando atrás a tu hijo?

—No, no quiero hacer eso. —Ella no se ve dando a luz a una criatura y luego abandonarla. «¿Qué clase de madre sería? Jamás haría algo así» Vio nuevamente ese brillo en sus ojos. Hedda entrelazó sus dedos algo nerviosa, aún no estaba segura de nada. Pero, si no estaba equivocada, él la quería a su lado, ya sea porque tenía sentimientos por ella o por algún instinto de posesividad, como sea—. Déjeme preguntarle algo, su alteza. ¿Usted desea que yo me quede?

—Quiero tener a mi esposa e hijo conmigo —contestó él.

Había algo que Hedda no podía pasar por alto. El príncipe salvó su vida cuando intentó escapar, no se desquitó con ella ni con su familia por faltar a su acuerdo. Además, le estaba dando la oportunidad de dejarlo si así lo quería dentro de un año, lo menos que podía hacer era darle una oportunidad a él también. No tenía idea de donde había salido eso, pero recién lo había decidido.

—Tiene un año para convencerme de eso —Hedda terminó de decir esas palabras y se dio la vuelta para salir de la habitación. Erik reaccionó cuando ella ya se había ido. Ya no tenía dudas de que cuando se trataba de ella, era un poco lento para actuar o actuaba de manera tonta. Sonrió al saber que ella no lo rechazaba por completo, se propuso conquistar su corazón en menos tiempo que ese.

Hedda había escapado porque no se sentía capaz de enfrentarlo después de decir aquellas palabras. Quizás hubiera sido más fácil aceptar de una vez ese matrimonio sin decir una palabra, pero una parte de ella no quería ponerle las cosas tan fáciles, y tampoco ella quería rendirse tan fácil. Aunque sabía que, si daba a luz un hijo de él, muchas cosas podrían cambiar entre ellos. Además, ese niño se convertiría en lo más importante para ella.

Hedda estaba de pie en su balcón.

—¿Planeando como escapar? —Se sobresaltó al escuchar su voz detrás de ella.

—Príncipe —musitó cuando se giró para verlo. Él estaba de pie sosteniéndose a una silla con una mano y su otro brazo alrededor de su torso. Se preocupó por su salud al ver que había caminado hasta ahí.

—No debería moverse —lo regañó ella—, tiene que estar en reposo hasta que sanen sus heridas. —Lo tomó del brazo e hizo que se sentara en la cama, él no se resistió. La sostuvo de su mano para evitar que se alejara.

—¿Qué pasará si para entonces aún no te quieres quedar? —preguntó ignorando sus palabras. Debió suponer que no dejaría el tema. Ella lo miró en silencio y él esperó su respuesta. Lo que iba a decirle de seguro no le iba a gustar.

—Me iré de este castillo, con mi hijo.

—¿Qué? Pero… —Ella colocó un dedo en sus labios para interrumpirlo.

—Lo criaré hasta sus quince años.

—Hedda, no puedes hacerme esto. Será mi heredero, debo entrenarlo y enseñarle muchas cosas. Y quiero verlo crecer.

—Igual yo. Usted permitirá que me yo me vaya dejando a mi hijo atrás. También tengo derecho a tenerlo conmigo. —Ella suspiró—. Príncipe, estamos discutiendo por algo que aún no sucede, no cree que primero... —Él tiró de su mano, interrumpiéndola, hizo que se sentara en su regazo, ella jadeó por lo repentino que fue su movimiento.

—Entonces, primero nos casaremos y… luego veremos que sucede.

—Sí —dijo en un susurro.

Erik rodeó su cintura y colocó su mano en una de sus mejillas. Hedda no pudo evitar mirar sus labios. Podía imaginarse lo que se venía a continuación; aun así, no hizo nada para evitarlo. Se sentía nerviosa y un remolino de sensaciones se movían desde su estómago recorriendo todo cuerpo. Sus manos estaban sobre sus brazos y a ella no le pasó desapercibido lo fuertes que eran.

—Hedda —escuchar su nombre la obligó a mirarlo a los ojos, podía jurar que esa mirada azul como el mar la había visto antes, pero en ese momento su mente estaba lejos de pensar con claridad—, sé que te quedas porque estás obligada, el acuerdo de paz dice que serás mi esposa y un acuerdo así no se rompe tan fácil. Podría obligarte a quedarte conmigo para siempre, pero quisiera que fuera por tu propia voluntad y que me amaras.

—¿Acaso usted me ama? —Se atrevió a preguntar de inmediato. ¿Por qué él hablaba de amor, cuando era claro que todo aquello era por política y nada más?

» Para usted solo soy un acuerdo, una garantía…

Al escucharla decir eso, él no dudó ni un segundo en besarla, quería demostrarle en ese beso todo lo que sentía y quería con ella, todo aquello de lo que no estaba al tanto.

Otra vez él la estaba besando y sus labios se movían ágilmente haciendo que ella abriera también su boca; forcejeó unos segundos e intentó zafarse como si no supiera que eso era imposible, su fuerza la dominaba.

—No te resistas, Hedda. —Su voz sonó más a una súplica. Volvió a besarla y ella se quedó inmóvil.

«¿Por qué su cuerpo obedecía a su voz?».

El beso fue más demandante. Un gemido se le escapó cuando él acarició su espalda y su cintura con sus manos. Poco a poco se fue rindiendo. Hedda deslizó sus manos y las colocó alrededor de su cuello. Luego enredó sus dedos en los largos cabellos rubios de Erik.

El clima era fresco hasta hace un momento y parecía que se calentaba conforme pasaba el tiempo, o tal vez eran sus cuerpos, que ardían desde adentro. Él rompió el beso lentamente sin dejar de rozar sus labios, Hedda no se atrevía a abrir los ojos, no quería encontrarse con su intimidante mirada, no estaba preparada. Sus defensar desaparecían cada vez que él la besaba.

Se mantuvo en la misma posición con sus brazos alrededor del cuello de Erik, mientras intentaba controlar su respiración.

—¿Sabes por qué te miro como lo hago? —Ella negó con la cabeza.

—Porque me gustas mucho.

—¿Entonces trata de seducirme, príncipe?

—Quiero que no te sientas incómoda conmigo.

—Usted a veces suele ser muy intimidante.

—Lo sé. —Erik tomó su barbilla—. Bésame —pidió él. Ella negó con la cabeza.

—No, no lo haré —dijo ella. Pero sintió que su voz no se escuchó completamente segura.

—¿A él sí lo besabas? —Ella se molestó de inmediato con su pregunta. Pero ahora que lo pensaba, no, nunca tomó la iniciativa de besar a Karl.

—¿Por qué se empeña en mencionar ese asunto? ¿Sabe? Si hubiera sabido que estaba comprometida, nunca hubiera visto a otro hombre. ¿Podría olvidarse eso? Por favor.

—Lo haré, cuando tú también lo hagas. —Ella bajó su mirada y él hizo que volviera a verlo tomándola del cuello sin lastimarla, llevó su pulgar a sus labios y los acarició deslizando su dedo hacia abajo, hizo que ella separara sus labios—. Y yo me encargaré de eso. —Entonces volvió a besarla.

Pasó una semana desde esa tarde en su habitación. El príncipe Erik parecía completamente recuperado de sus lesiones. Él llegaba cada mañana a darle los buenos días a su prometida, luego por la tarde llegaba a por ella para cenar juntos. Daban un paseo nocturno por el jardín mientras ella le preguntaba sobre una que otra cosa que había escuchado de él, como las batallas que había ganado con los rebeldes o con algún otro reino. Erik respondía a cada una de sus preguntas, y cuando se daban cuentan, estaban sumergidos en una conversación amena, o a veces simplemente caminaban en silencio solo haciéndose compañía el uno al otro. Después, él la acompañaba a su habitación, le daba un beso en la frente y un corto beso en los labios.

—Erik —dijo él mientras sostenía a Hedda de su mano, ella lo miró sin saber a qué se refería—, llámame por mi nombre —aclaró. Iban a ser marido y mujer, era normal que lo llamara Erik.

—Está bien.

Su atención volvió a su caballo noble, había sido un regalo del príncipe. Lo acarició, el caballo pareció aceptarla.

—¿Qué nombre le pusiste? —preguntó Erik. Ella sonrió.

—Balder —respondió ella. Balder era negro como la misma noche. Pero tenía una mancha blanca en su frente y en cada una de sus patas.

—¿Quieres pasear? —Ella asintió. Erik le preparó su caballo y luego el de él. Su caballo blanco Jarl era más grande y fuerte; provenía de una raza de guerreros.

Esa noche no podía conciliar el sueño, daba vueltas en su cama intentando dormir. Sintió sed, se levantó con la intención de tomar un poco de agua, pero para su mala suerte no había agua en la habitación, quizás Nilsa se olvidó de llenar la jarra con agua. No se molestó ni un poco con su amiga, sabía que a veces solía ser algo despistada, tomó su abrigo y salió de la habitación con la jarra en sus manos. Los dos guardas en su puerta se giraron hacia ella apenas escucharon la puerta abrirse.

—Mi señora, ¿pasa algo? —Preguntó el que estaba a cargo de su seguridad.

—Debo ir a la cocina —respondió ella.

—Si necesita algo, díganos y se lo traemos.

—No es necesario, iré yo misma.

—Bien, entonces la acompañaré. Quédate vigilando —le dijo a su compañero. Hedda sabía que decirles «no» no era una opción para ellos. No dijo nada más y siguió su camino.

Se encontraron con Einar, el jefe de seguridad del palacio. «Genial», ella lo había conocido días atrás. «¿Acaso tenía que darles explicaciones a todos los que se encontraba?» —pensó. Einar era un hombre de cabello oscuro y ojos color miel, tenía la piel bronceada y era muy alto y musculoso, tenía una cicatriz en su ceja derecha que solo lo hacía verse más rudo, pero también tenía su atractivo.

—Mi señora —la saludó Einar. Él vio a su subordinado como pidiendo una explicación.

—La princesa necesita ir a la cocina —respondió el joven contestando a su pregunta no formulada.

—Está bien, vuelve a tu puesto, escoltaré a la princesa. —Einar le hizo señas a Hedda con la mano para que continuara—. ¿Dónde está su sirvienta? Debió hacer que la llamaran para…

—No es necesario, yo puedo con esto; además, ella está descansando ahora.

—Es usted muy considerada, mi señora.

Al llegar escuchó voces femeninas y se alegró un poco, pero se detuvo de golpe al escuchar mencionar el nombre del príncipe.

—¿Crees que el príncipe ya no le permita a la señorita Maija estar con él, ahora que ya tiene esposa? —preguntó una chica. Einar quiso entrar a la cocina para interrumpir la conversación, pero Hedda se lo impidió.

—Es posible, la princesa es muy hermosa —contestó otra chica.

—El príncipe Erik, puede tener todas las mujeres que quiera —dijo otra mujer.

—¿Podrían dejar de hablar, y terminen con sus tareas? —las regañó Jonna, era una mujer mayor y también quien estaba a cargo de la cocina.

—Siempre creí que Maija sería su esposa —volvió a hablar una chica, ignorando las palabras de su superior.

—Yo pensé lo mismo.

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