La verdad escondida

ALICE

La música de la radio sonaba suavemente dentro de la cocina donde la loba estaba agachada en el suelo intentando arreglar la maldita cañería del desagüe. Llevaban unos largos quince días intentado solucionarlo pero no había manera de desencallarla. Lo único que deseaba era no montar otro lago en casa como ocurrió el lunes pasado. Ya había fregado suficiente por lo que le quedaba de mes, y además, se moría de ganas de dejar de comer comida para llevar.

Estaba absolutamente concentrada en su tarea cuando de forma inesperada, el timbre suena y Alice se golpea la cabeza contra el mármol de la encimera a causa del susto.

—¡Maldita sea! —profiere un voz alta y tocando su cabeza comprobando que no había sangre. Eso había dolido mucho—. ¿Quién puede ser? —se pregunta a sí misma en voz baja y extrañada.

No estaba esperando a nadie a esas horas.

Pero antes de responder, o de tan siquiera llegar a incorporase, dos olores que conocía demasiado bien llegan a su nariz de forma clara haciendo que rompa en un pequeño sudor frío. Uno de ellos pertenecía al que ahora era su alfa, Donovan Santiago, y el otro, el que la había puesto más ansiosa, a Keane Daniels. Irremediablemente, su otra mitad, la loba, se pone en estado de alerta.

¿Qué hacia Keane allí? ¿Y Donovan? ¿Acaso su petición había sido rechazada?

«No, no pienses en eso Alice, quizás necesitan algo más. Vamos a ser positivas». Intenta tranquilizarse a sí misma, aunque eso era lo único que podía explicar la inesperada visita de los dos alfas.

La nerviosa loba mira la puerta con el corazón encogido y meditando qué hacer. Realmente, quería ignorarlos y hacer ver que no estaba en casa pero era imposible. Por muy débil que fuera su esencia, seguro que con tanta poca distancia podían olerla perfectamente. Además, seguro que también habían oído el golpe contra le encimera. Por eso, Alice suspira, y poco a poco, se pone de pie y se acerca para abrirles intentando disimular su desencanto.

Ambos lobos estaban esperando al otro lado de la entrada y parecían bastante calmados, todo lo contrario a como se sentía ella.

—Buenas noches, Alice —le saluda Donovan en una pequeña sonrisa y en tono cordial.

—Buenas noches, señor —responde ella mostrando el lado izquierdo de su cuello al alto alfa como saludo.

—Alice… —saluda también Keane. Ella le observa unos momentos de forma disimulada pero sin encontrar sus ojos.

Su antiguo conocido no había cambiado demasiado desde la última vez que lo había visto. En otros tiempos, le hubiera dado un abrazo de bienvenida pero no ahora, ahora no podía.

—Keane… —le saluda ella inclinando su cabeza de nuevo.

En realidad, Alice también debería hablarle de usted al alfa Daniels, pero lo conocía desde hacia tanto tiempo que le resultaba imposible. Al final, Keane le dijo que podía dejar las formalidades a un lado y que no era necesario que se esforzase por lo que Alice no insistió más.

—Perdona la interrupción, esperamos no haberte asustado —sigue diciendo Donovan con cautela. Sus ojos negros estaban especialmente brillantes en esos momentos—. ¿Podemos pasar? —pregunta—. Nos gustaría hablar contigo un momento —explica intentando no preocuparla.

—Sí, claro… —responde ella haciéndose a un lado sin saber qué esperar en realidad.

Los dos alfas pasan a su comedor inundando la estancia con sus esencias y Alice intenta aguantar la respiración como hacia siempre que estaba cerca de alguno de ellos. Sus fragancias le resultaban mareantes, y habitualmente, conseguían despertaban los instintos de la loba. Pero no los de respeto precisamente, como debería ocurrir en este caso, sino otros un poco más problemáticos y vergonzosos. Y era justo en esas ocasiones donde agradecía profundamente que su olor fuera tan bajo y no pudiese percibirse muy bien por los demás.

—Podéis sentaros en el sofá si queréis… ¿puedo ofreceros algo para beber? —pregunta ella intentando disimular su nerviosismo y su reacción.

—Un café para mí… —dice el alfa Santiago tomando asiento con suavidad e inspeccionando la estancia como si buscase algo.

—Sí, para mí también —responde Keane quien se sienta a su lado. Alice había notado que no dejaba de observarla.

—Bien, ahora vuelvo… —se excusa la loba por un instante mientras prepara los dos cafés lo más lento que puede e intenta organizar sus caóticos pensamientos.

«Qué criatura más afortunada eres, Evans. ¿Quién no quería tener a dos alfas en el comedor a punto de comunicar algo que no quieres oír?», se pregunta a sí misma con sarcasmo meintras suspira de nuevo. Temía que iba a ser algo bastante malo.

Y unos minutos más tarde, con todo a punto, se reúne de nuevo con los dos lobos esperando que no tardaran mucho en comunicarle su desafortunado veredicto.

—Aquí tenéis… —anuncia dejando la bandeja en la pequeña mesa central y tomando asiento en el sillón más alejado de la estancia.

—Gracias... ¿está Meg fuera? —pide saber Donovan para romper el hielo mientras da un pequeño sorbo al café.

Alice mira al imponente lobo unos instantes antes de responder.

—Así es… —contesta al fin.

Meg era su compañera de piso pero por desgracia, no iba a llegar hasta mañana pues había decidido hacer una pequeña escapada a las montañas.

—Entiendo… —dice de nuevo el alfa de Montigraus como si estuviera complacido.

¿Acaso se alegraba de que estuviese completamente sola ante el peligro?

—¿Mi solicitud ha sido rechazada? —pregunta al fin para no alargar más el proceso.

—No, no es eso —responde Keane de inmediato quien hasta ahora había permanecido bastante callado—. En realidad ya lo tienes todo aquí, sólo hay que firmar —le informa con actitud sosegada—. Sólo queríamos hablar contigo… —empieza el lobo.

—Está bien, ¿de qué queréis hablar? —les cuestiona queriendo acabar lo antes posible con la situación.

El alfa de Fergus se remueve en el sofá antes de contestar a su pregunta.

—Donovan y yo pensamos que estás huyendo de algo… —desvela Keane despacio y clavando sus ojos azules en ella—. ¿Estamos en lo cierto? —inquiere el alfa.

Alice siente como un largo escalofrío le recorre toda la espalda.

—¿Perdón? —responde descolocada—. Creo que no lo estoy entendiendo… —disimula la loba como puede.

¿Había Keane descubierto su secreto? No... no podía ser… era imposible…

—Sé que huyes de alguien de Fergus pero no sé exactamente de quién… —sigue diciendo Keane y ella se tensa ante sus palabras—. Al principio pensé que era yo, pero luego me di cuenta de que es alguien cercano a mi persona —continúa el lobo—. Llevo sus esencias en mí, ¿verdad? Por eso te pones nerviosa cuando nos encontramos. ¿Quién es Alice? —vuelve a preguntar preocupado—. No tienes que tener miedo. Podemos ayudarte… —le indica Keane con voz suave.

—Agradezco vuestra preocupación, pero siento decir que os equivocáis. No es nada de eso —niega la loba con fuerza.

—¿De verdad? —inquiere Donovan curioso—. Entonces no te importará demostrarlo... —resuelve el alto alfa.

—¿A qué se refiere, señor? —le pregunta Alice a Donovan saltando su mirada de un alfa a otro.

¿Qué tramaban exactamente esos dos?

—Creo que sus sospechas son fundamentadas, Alice. En realidad, es lo único que tiene sentido —le confiesa Donovan—. No me gustaría autorizar un cambio de manada si ese es el motivo real. Sólo empeoraríamos las cosas —comenta con mucha seriedad el lobo.

—Muy bien —responde decidida—. ¿Cómo lo demuestro? —les pregunta alzando su barbilla.

Ambos parecen un poco sorprendidos por su rápida y confiada respuesta pero ella sabía que no iban a descubrirlo de ningún modo.

—Un beso… —resuelve el alfa Keane volviendo a fundir sus ojos azules en ella.

¿Qué...?

—¿Un... un beso? —pregunta Alice pensando haber oído mal.

—Un pequeño beso y sabremos la verdad —insiste Keane—. Donovan lo hará, si no te molesta. Hay conflicto de intereses… —murmura de forma misteriosa.

—¿Está bien? —pregunta el alfa Santiago esperando a su confirmación antes de hacer nada.

—Sí, está bien… —dice ella nerviosa y absolutamente pasmada.

¿En serio iba a besarla? ¿Qué escena de telenovela era esa?

Pero los dos iban muy en serio y se levantan de inmediato para acercarse a ella poco a poco. Alice no sabía muy bien qué debía hacer en esos momentos. De cerca, el imponente lobo todavía olía mejor y eso no ayudaba. Pero por suerte, Donovan decide empezar primero y ella se lo agradece en silencio.

—Será rápido. Ven, así... —le indica el alfa Santiago con cuidado—. Perdóname, Alice… —se disculpa de repente antes de lanzarse y ella le mira sin comprender.

Sin embargo, antes de darle tiempo a pensar demasiado, él la envuelve despacio entre sus brazos y posa sus suaves labios en ella para besarla. El instinto de la loba se despierta de inmediato ante el cálido contacto pues hacia demasiado tiempo que no estaba con nadie. Y Donovan, al advetir su reacción, aprovecha para introducir su lengua de fuego dentro de su boca buscando la marca de los licántropos en su paladar. Ésta era una pequeña luna envuelta por los cuatro elementos que todos ellos poseían y que definía lo que eran. Alice, sorprendida, gime despacio dentro de su boca y se tensa un tanto preocupada mientras siente sus incisivos crecer al igual que los suyos. Eso era malo, muy malo, se estaba poniendo demasiado caliente ya que tocar la marca provocaba irremediablemente el despertar sexual del lobo interior.

¿Pero qué podía hacer?

El alfa besaba de maravilla y ella era una pobre loba falta de cariño. Y al ver que no se resistía, Donovan insiste de nuevo pasando su lengua por su paladar una segunda vez provocando así otra oleada de impropias reacciones. Un nuevo gemido escapa de su garganta y el lobo gruñe despacio. Juraría que él también parecía estar disfrutando de la situación y debía pararle antes de que fuera demasiado tarde. De ese modo, consciente de su situación, junta toda su fuerza de voluntad y la loba se separa de él con rapidez mientras da tres pasos hacia atrás. Alice sentía su respiración acelerada. Sabía que su olor había aumentado notablemente y que ellos lo sentían, sentían su excitación. En realidad, lo había hecho a propósito, por eso Donovan se había disculpado con ella.

—Eso no era necesario… —le acusa acalorada y sonrojada sin poder creer lo que acababa de hacer.

—Me temo que sí lo era… —responde Donovan en voz suave y con los ojos brillantes y de color ámbar, otro signo más de su excitación.

Los ojos de Keane no habían cambiado pero sus puntiagudos incisivos se veían a través de sus labios.

Y después de ese caliente beso, los tres se quedan mirando expectantes unos instantes.

—Bien… ya veis que no pasa nada... —resuelve ella intentando ignorar la reacción de los dos lobos—. ¿Ya está no? —inquiere la loba deseando que se fueran y tener un momento a solas en el baño.

—Aguarda… —le pide Keane con sus ojos nublados.

Pero ella ya había tenido suficiente. Que hubieran intentado ponerla caliente ya le resultaba demasiado.

—Con todos mis respetos, esto es una… —empieza a decir enfadada, pero para su asombro, Alice es interrumpida por un fuerte gruñido.

Los tres se ponen en alerta y se preparan de forma automática. Eso sonaba a lobo enfurecido. La loba intenta localizar la procedencia de tal sonido, pero antes de tener tiempo a reaccionar, la sombra de un licántropo se recorta en el balcón de su piso y otro familiar olor llega al fin a su nariz.

Alice se paraliza al instante.

«No... él no…», expresa en un silencioso sollozo en su mente.

Sabía que aquello que los alfas querían comunicarle iba a ser malo, pero ni de lejos se esperaba eso. Esa situación era lo peor que le podía ocurrir.

Rápidamente, Keane se acerca despacio al pequeño balcón y abre la ventana para dejar pasar al nervioso licántropo que aguardaba detrás de la ventana.

—Tal como temía… —se lamenta con pena el alfa de Fergus al verle.

El lobo de pelaje grisáceo pasa por delante del cabeza de manada ignorándolo por completo y se acerca decidido hacia ella con sus fauces resoplando y manteniendo ese bajo y constante gruñido.

La loba, de nuevo, entra en pánico.

Sabía perfectamente quien era pues sólo conocía a un lobo con esos ojos. Ojos púrpuras como las violas salvajes en primavera, preciosos y fascinantes. Y su olor, ese fastidioso olor que siempre la torturaba…

Su deseo se dispara haciéndose imposible de controlar y siente su cuerpo subir de temperatura mientras su sexo empieza a doler. La loba en su interior se retuerce y Alice tiene que hacer un gran esfuerzo para silenciarla. Y sólo cuando su espalada choca contra el armario de la cocina, se da cuenta de que había estado caminando hacia atrás para alejarse de él.

Poco a poco, la figura del lobo se transforma grácilmente dejando paso a la del hombre y Blake Heiss, regente beta de Fergus, aparece delante de ella completamente desnudo y muy excitado. Podía decir por sus ojos que era el lobo y no el hombre quien estaba al mando en esos momentos.

—¿Amara…? —pregunta en una grave voz gutural mientras todo se sume en el más absoluto silencio.

Alice tiembla de pies a cabeza y siente sus piernas flojear como si no la sostuvieran. Como puede, se sienta en el suelo respirando con dificultad.

No. No podía ser. Nunca antes había pasado.

«¿Amara?», pregunta la loba en su mente furiosa. «¡No! ¡Mentirnos! ¡No querernos!», retumba la voz en su mente.

«Cálmate, por favor», le suplica Alice a su loba.

«¡Herirnos!», grita en un profundo lamento. «¡Que se vaya! ¡Que se vaya!», le pide su loba.

—No… no soy tu Amara… —dice Alice negando con la cabeza e intentando controlar a su triste loba.

Sentía sus lágrimas queriendo derramarse pero las contiene.

¿Por eso había huido de Fergus? ¿Para acabar en esta situación?

Todo su esfuerzo había sido en vano...

—Sí... tú mi Amara… —vuelve a repetir el lobo que se acerca aún más a ella cerrando la distancia que los separaba y oliéndola con cautela.

Alice siente su sexo inundarse al acto. La erótica esencia de Blake estaba trastornando a todos pues el beta tenía una enorme erección que apuntaba hacia ella reclamando a su elegida.

—Calma al lobo, Alice —le indica Donovan apartándose para dejar espacio a Blake.

Ella ya sabía eso, ya sabía que tenía que calmar al lobo primero pero la suya ya le estaba dando suficientes problemas.

—Ahora vuelvo... —anuncia el alfa desapareciendo del piso, pero a Alice no le importaba. Estaba demasiado ocupada con el lobo que tenía enfrente como para preocuparse del otro.

Y entonces, sus ojos traicioneros se pasean por el cuerpo desnudo de Blake sin poder evitarlo.

«¡Maldición!», profiere en su mente.

El beta era tan fastidiosamente atractivo. Sabía que había estado corriendo por el bosque, y no sólo por el aroma de los árboles, sino porque todos sus músculos estaban hinchados de caliente sangre por el esfuerzo físico y su piel relucía viéndose lozana, deliciosa y fuerte por el mismo motivo. Su pelo marrón oscuro, que a veces hasta parecía negro, estaba desaliñado por la brisa de la noche y sus carnosos y rojizos labios estaba ligeramente entreabiertos intentando recuperar el aliento que había perdido en su carrera.

—Alice... —le llama Keane—. Debes dejar que se acerque más... —le indica y ella desvía su mirada hacia el otro alfa.

Los licántropos eran muy territoriales y muy táctiles, pero no sabía si era capaz de tenerle más cerca. La loba en su interior estaba muy confundida. Le deseaba pero a su vez le quería lejos. Sabía que él no era consciente pero les había hecho tanto daño… Además, el duro sexo de Blake goteaba sin descanso expulsando ese líquido que fabricaba el cuerpo del lobo para dilatar a sus parejas durante el acto, y tan siquiera podía pensar con propiedad.

—Está bien... —acuerda al fin. Sabía que no era buena idea pero ya no podía hacer nada para mediar la situación.

Ante su permiso, Blake cierra al fin su distanciamiento y se coloca delante de ella para olerla despacio desde su cuello hasta su pecho mientras Alice siente su nariz cosquillear por su piel de forma deliciosa.

—Amara dulce… —murmulla el lobo complacido quien para su asombro, se acurruca encima de su cuerpo haciéndose un ovillo y pasando sus brazos por su cintura envolviéndola en su calor corporal.

La loba siente su respiración acelerarse y necesita concentrarse para mantenerse en calma. El calor de Blake, y su olor, la estaban haciendo enloquecer. Su cuerpo empezaba a arder y cierra las manos en un puño para evitar tocarle.

—Amara nuestra… —susurra el lobo de Blake otra vez.

Entonces, el lobo saca su lengua y le da una pequeña lamida en su cuello marcando a la loba con su olor y así borrar el pequeño rastro que Donovan había dejando en ella.

—Blake... por favor... —suplica Alice conteniendo un ahogado gemido mientras su loba gruñe en desacuerdo dolida pero excitada.

«¡Amara mentir! ¡Amara traidor!», vuelve a repetir sumida en la tristeza.

«Lo sé…», le responde ella.

—No soy tu Amara… —vuelve a decir Alice—. Tienes que escucharme… —le pide de nuevo.

—¿Por qué Amara decir eso? —pregunta molesto—. Olor no miente, Amara desearnos… —dice el lobo.

—Tiene razón... —suelta Donovan.

No sabía en que momento había vuelto el alfa de Montigraus, pero ahora se daba cuenta de que unas prendas de ropa reposaban encima del sofá, las cuales, seguramente, pertenecían a Blake.

—Miraros… no podéis ser más evidentes… —repite de brazos cruzados.

Alice observa a los dos alfas en silencio. Quizás había llegado el momento de revelar parte de su secreto...

—Él nunca antes me había respondido… —confiesa la loba por primera vez—. Por eso digo que esto deber ser un error... —insiste ella.

Los dos alfas aguardan un instante.

—¿Tu loba le había reclamado antes? —pregunta Donovan sorprendido.

Ella observa al alto alfa de nuevo antes de responder.

—Sí… —confirma sin vacilar y siente al beta mirar su rostro confundido.

—No, esta ser primera vez… —afirma el lobo de Blake.

—No para mí… —le asegura Alice.

Los preciosos ojos del beta se abren desconmesuradamente ante su afirmación.

—Eso no puede ser… —murmura el alfa de Fergus con una dura mirada—. ¿Cuándo le reclamó la loba, Alice? —vuelve a exigir Keane.

—Eso ya no importa... —responde ella sin poder ocultar su tristeza.

Entonces, ve al precioso lobo en su regazo mantener una lucha interna y despacio, pero de forma costosa, la consciencia del lobo se desvanece y Blake vuelve al mando.

—Alice… —murmulla el beta agotado después de batallar con su otra mitad.

—Es mejor que os dejemos solos. Hablad con tranquilidad... —sigue diciendo Keane al ver que su segundo al mando había vuelto en sí—. Pasaremos la noche aquí, mañana nos encontramos de nuevo —le dice a su amigo.

—Sí… —responde el beta agradecido.

—No, no podéis iros… —suelta Alice en tono suplicante.

No quería estar sola con Blake. No podía.

—Lo siento, esto debe ocurrir… —susurra Keane a modo de despedida.

Los dos alfas se marchan con rapidez cerrando la puerta detrás de sí y Alice se queda en el suelo de la cocina con Blake en su regazo. Cuando están en completa intimidad, el lobo se pega más a ella y siente sus manos empezar a inspeccionar su cuerpo. La loba se tensa pues sentir la desnuda piel de Blake contra la suya era una bendición y un castigo a su vez.

—Blake… esto es un error… —murmura Alice sin poder moverse—. Los lobos se confunden… —vuelve a repetir.

—No, Alice… los lobos nunca se confunden… —indica Blake con el rostro contraído—. Maldita sea, ¡como duele! —se queja refiriéndose a su goteante erección—. No entiendo por qué no sentí tu reclamo antes, y juro que lo lamento mucho, pero ahora podemos arreglarlo... —le dice Blake quien agarra sus manos y las pone en su cintura para que ella le toque —. No te contengas, por favor. Vamos a calmarnos juntos... tócame... muérdeme... —le pide el lobo con necesidad mostrando su cuello.

Alice gime en silencio y se retuerce. Sus incisivos dolían por que se estaba aguantando las ganas de morderle.

—No podemos... —contesta queriendo apartarse de él pero sin conseguirlo.

—No, no te vayas… por favor… no me dejes... necesito más… necesitamos más de ti… —suplica Blake mientras cambia de posición y se sienta a ahorcajadas, abrazando y aprisionando su cuerpo contra su poderosa y dura presencia.

El lobo se refería a que quería impregnarse con su olor y viceversa. Ella lo sabía muy bien. Antaño también había deseado impregnarse con su olor y que él llevara el suyo, pero no había sido posible.

—Sé que tú también lo necesitas. Esto es insoportable... —prosigue Blake mientras acuna su rostro para besarla y empieza a moverse contra ella en un intento de calmar su erección y marcarla a su vez.

—No sabes nada… es mejor que paremos esto aquí, te lo digo por tu bien… —le advierte Alice  agarrando sus manos y girando su rostro evitando el beso.

Mejor ahora y no lamentarse después.

—¿Por qué? —pregunta Blake sin entender y acariciando sus labios y sus sensibles colmillos.

Alice tiembla otra vez ante la dulce caricia.

—Porqué ella ha renunciado a ti… —le comunica sin poder mirarle a los ojos.

Su loba, con el fin de sobrellevar su dolor y harta de sufrir, había decidido renunciar a él. Por eso Alice se había ido de Fergus el año pasado. No soportaba verle.

Blake se queda mudo de la impresión y la observa como si acabara de confesar un asesinato.

Estaba claro que eso no entraba en sus planes.

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