164°

Yeison se abalanzó sobre mí y enterró su cara en mi pecho, y yo lo abracé de vuelta. Estábamos arrodillados en el suelo. Alexander estaba de pie con el arma que su padre le había dado, sosteniéndola en el pecho.

Los cuerpos de Máximo y de Alfredo yacían en el suelo, inertes. Yo me sentí tan mal, me sentí sucia. Entonces me aferré a la espalda de Yeison con fuerza mientras él gimoteaba en mi pecho.

No me imaginaba cómo se estaría sintiendo el muchacho. Yeison había metido a Alfredo en todo este lío, lo había secuestrado, lo había utilizado como moneda de cambio, y ahora estaba muerto, y seguramente se culpaba.

Federico se apartó de Raúl y avanzó hacia donde yo estaba. Tomó a Yeison por los hombros y lo sacudió para que lo mirara a la cara.

— No es tu culpa — le dijo — . No es tu culpa, hermanito. No lo es.

Lo abrazó. Yo me puse de pie, temblorosa, y caminé hasta donde estaba Alexander. Lo tomé por el mentón para que dejara de mirar los cuerpos que estaban frente a él, para que me mira
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