Capítulo II

—¡Eres una desgraciada…! ¡Frígida…! —le gritó entre gemidos de dolor— no sé por qué no hice caso cuando me dijeron que eras lesbiana… ¡maldita!

Todavía medio aturdida y confundida, Amanda se enfureció mucho al escuchar aquellas palabras, estaba segura de que ese infeliz, algo le habían puesto en su bebida y eso era lo que la tenía en ese estado, no obstante, tomó su bolso y se acercó hasta donde Jorge buscaba reponerse del intenso dolor que sentía en su dañada virilidad.

Sin que él se lo esperara, un fuerte puñetazo se estrelló contra su boca reventándole los labios y botándolo hacia atrás, con fuerza, hasta hacerlo caer pesadamente al suelo.

—¡Imbécil…! —le dijo Amanda con coraje.

Con pasos tambaleantes e inseguros, buscó la salida de aquella casa, al llegar a la calle, sacó su teléfono celular y llamó al chofer de su casa y le dio la dirección donde se encontraba, para que el chofer la fuera a recoger.

No tenía por costumbre utilizar los servicios de aquel buen hombre al que su padre había contratado para que le sirviera de conductor cuando lo necesitara, por eso vivía en una casita al fondo de la propiedad, para que pudieran utilizarlo en el momento en que se necesitara, como ahora lo necesitaba ella.

Mientras hablaba por teléfono sintiendo que la cabeza le pesaba horrores y que la lengua se le trababa al decir alguna palabra, comenzó a caminar por la calle con pasos tambaleantes e inseguros.

Se había alejado un par de calles de la casa de Jorge y se encontraba a la vuelta de la esquina de la calle para evitar que él pudiera verla si salía a buscarla.

Se recargó contra uno de los postes del alumbrado público. Se sentía mareada y sabía que de un momento a otro podía perder el sentido, luchaba con ella misma para evitar que eso pasara, tenía que soportar hasta que el chofer llegara.

No podía quedar desvalida a media calle, no podía darse por vencida en ese momento, tenía que superar ese malestar que la adormecía lentamente.

Ahora más que nunca estaba convencida de que Jorge había puesto algo en su bebida, seguramente con la intención de dejarla vulnerable a sus deseos.

Desde la primera semana en la que se hicieron novios, él no tuvo otro objetivo que llevarla a la cama, la mayor parte de las veces que estuvieron juntos, ella tenía que hacer verdaderos esfuerzos para mantenerse lejos de las morbosas caricias que buscaban sus partes íntimas.

Precisamente, la última vez que se habían visto antes de ese día, él trató de convencerla para que se le entregara, le prometió el oro y el moro si accedía a ser suya, aunque fuera sólo una vez, cuando Amanda le dijo que se olvidara de esas ideas si quería seguir con ella, Jorge le puso un ultimátum, o se le entregaba o todo terminaba en ese momento, para el temperamento arrebatado de la heredera de los Vértiz aquello fue como una amenaza:

—No quiero que me vuelvas a buscar… ni como amigos… es mejor que terminemos esto de una vez y que no nos volvamos a ver… es más… si nos encontramos por ahí, evitame la pena de ignorarte, así que ni siquiera me saludes… —le dijo ella con determinación y sin esperar respuesta salió del restaurante en el que se habían citado para hablar de su relación.

Un intenso mareo la sacó de sus reflexiones y sus recuerdos, ya no podía aguantar más y las piernas se le doblaron sin fuerzas, los ojos se le cerraban sin que pudiera evitarlo, sujeta con todas sus fuerzas, al poste del alumbrado, sintió que sería incapaz de aguantar más y todo le dio vueltas, en cualquier momento perdería el sentido.

De pronto, un auto se detuvo a su lado y un hombre bajó para acercarse a ella con pasos firmes y actitud decidida:

—¿Está usted bien…? —le preguntó una varonil y agradable voz— ¿Se encuentra herida…? ¿La asaltaron o le hicieron algo…? Contésteme, por favor.

Amanda, hizo un esfuerzo y abrió lo más que pudo sus ojos, lo vio fijamente, como entre sueños, era muy guapo y varonil, tenía un olor muy agradable y su voz era cálida y aterciopelada, se notaba preocupado por ella y mientras que con su brazo izquierdo la sujetaba por la cintura con su mano derecha le daba pequeños golpecitos en la mejilla tratando de que reaccionara y le contestara a sus preocupadas preguntas.

Ella no era capaz de decir nada, no podía hablar como lo deseaba, simplemente se sentía como si estuviera soñando, no podía hacer todo lo que haría si se encontrara en un estado normal, así que nuevamente comenzó a respirar y a expirar profundo, viendo que él la observaba atenta y preocupadamente, dándole tiempo a que reaccionara, con lentitud pudo recuperarse un poco y volvió a erguirse sobre sus pies.

—Ya estoy bien… gracias… fue sólo un pequeño mareo, aunque creí que me desmayaba —dijo Amanda tratando de sonreír un poco— no me asaltaron, ni estoy herida, se lo aseguro…

—No la veo bien, está usted muy pálida y puede volver a tener otro mareo… ¿quiere que la lleve a algún lado? Pongo mi carro a su disposición para llevarla a donde usted diga… —respondió él sin soltarla por completo.

—No… gracias… ya no tardan en venir por mi… le aseguro que voy a estar bien… en serio… es cuestión de unos minutos más…

—No desconfíe de mí, soy Andrés de la Ronda y…

—Mucho gusto… Amanda Vértiz… —lo interrumpió ella separándose del brazo que la ceñía por la cintura y extendiendo su mano a él a manera de saludo.

Andrés le estrechó la mano y cuando iba a repetir su oferta de llevarla a donde ella quisiera, en ese momento se estacionó un auto y el chofer bajó para abrir la puerta trasera.

—Señorita Vértiz, su carro está listo —dijo el chofer con marcado respeto sin entender lo que estaba sucediendo con la hija de su patrón.

—Ese es mi transporte… le dije que no tardaría… gracias por todo y mucha suerte… en lo que sea que vaya a hacer —le dijo Amanda caminando con pasos inseguros hacia donde la esperaba el chofer.

—No hay nada que agradecer… aunque me gustaría volver a verla y…

Ella ya no le respondió, subió al auto y se desplomó sobre el asiento en el momento mismo en que el chofer cerraba la puerta y se dirigía hacia su lugar tras el volante para llevarla a casa.

Andrés, vio que el carro se alejaba por las solitarias calles y abordó el suyo para reemprender su camino. Mientras conducía con habilidad y experiencia, pensó en lo raro que había sido todo aquello.

Cuando vio por primera vez a Amanda, recargada en aquel poste, lo primero que pensó fue, que se trataba de alguna muchacha fiestera que se había pasado de copas, no obstante, no pudo menos que asombrarse al ver ese cuerpo casi perfecto que lucía de manera estupenda con aquellas ropas.

Al ver que se tambaleaba y que estaba a punto de caer, no dudó ni un segundo y bajo de su auto para socorrerla, al tenerla entre sus brazos pudo contemplar su bello rostro más de cerca, y aunque su aliento indicaba que había bebido, no era tan fuerte el olor como para asegurar que estaba borracha.

Con gusto vio que ella se reponía un poco y que trataba de mantenerse coherente, la hubiera llevado a donde ella le pidiera por el puro placer de estar a su lado un poco más, cuando el auto que venía a buscarla se detuvo, no dudó en pensar que aquella hermosa mujer era la amante de algún hombre importante y eso lo decepcionó, aun así, tenía que averiguar quién era Amanda Vértiz.

La mujer lo había impactado completamente y quería conocerla un poco más, no importaba si para ello debía burlar al amante, el cual seguramente no estaba a la altura de aquella belleza.

Abrió los ojos sorprendida y con cierto temor, trató de incorporarse lo más rápido posible, una fuerte punzada en la cabeza se lo impidió, el dolor era intenso y molesto, así que permaneció recostada en la cama viendo hacia el techo de la habitación.

No tardó mucho en reconocer que era su recámara y eso la tranquilizó un poco, aspiro profundamente y luego exhaló de manera lenta mientras los recuerdos le llegaban a la mente con toda claridad.

Después de que se le acercara aquel desconocido, ¿cómo dijo llamarse? Ah, sí, Andrés de la Ronda, para auxiliarla o para ver si se le ofrecía algo, se subió al auto de su padre y de inmediato se desplomó sobre el asiento perdiendo la conciencia, abandonándose a un profundo letargo.

No reaccionó hasta que el chofer la movió por un brazo y le dijo que ya habían llegado, Amanda, tardó un poco en reaccionar:

—¿Se encuentra usted bien, señorita Amanda? ¿Quiere que llame al señor o a algún doctor? —preguntó inquieto el chofer sin dejar de observarla ya que ella parecía estar en otro mundo y su rostro muy pálido.

—N-no… no Gabino, no moleste a nadie… —respondió ella tratando de que su voz sonara tranquila y segura— es cansancio solamente, me quedé dormida, pero estoy bien —agregó bajando del carro.

—Si necesita algo no tiene más que decirme y de inmediato…

—Lo sé, gracias y no se preocupe… —lo interrumpió ella que no se sentía con ganas de hablar— lo mejor es que me vaya a dormir de una vez, usted también haga lo mismo… y gracias... por todo

—Estoy para servirle… cuando usted guste

Con pasos inseguros y tambaleantes, Caminó hacia el interior de la casa, tratando de no tropezar con sus propios pies, y más por instinto que consciente, avanzó hasta las escaleras y subió hacia su recámara, entró y sin mayor trámite se tendió en la cama donde se perdió por completo.

Con sus manos recorrió su cuerpo y se dio cuenta de que aún estaba vestida con la ropa que llevara a su cita, poco a poco se fue levantando de la cama hasta incorporarse por completo.

La cabeza le seguía dando vueltas, estaba mareada, le dolía todo el cuerpo y una sensación de pesadez y cansancio la invadían, tenía más ganas de seguir durmiendo que de levantarse en ese momento.

De pie, junto a su cama, comenzó a desnudarse, sabía que no había pasado nada que la hiciera avergonzarse y aun así, se sentía sucia, ultrajada, humillada, ¿cómo podía haber sido tan estúpida en creer en ese infeliz de Jorge del Real?

—“Ese maldito lo tenía todo planeado” —pensó mientras guardaba toda su ropa en una bolsa de b****a, no quería tener nada que le recordara esa noche— “estoy segura que hasta lo de la proposición de matrimonio fue una farsa para que no desconfiara y no estuviera a la defensiva”, “De seguro pensó que si aceptaba casarme con él me le entregaría incondicionalmente y si no tenía otros planes”

“Fue por eso que ese desgraciado quería drogarme para tenerme a su disposición y hacer de mi lo que quisiera…” “Tal vez hasta tomar un video de nosotros haciendo conmigo todo lo que se le ocurriera para después mostrarlo a sus amigos y de esa manera divulgar su triunfo”.

“Me sentí tan mal con un solo trago que le di a mi copa que no quiero ni pensar lo que hubiera pasado si hubiera bebido todo lo que me sirvió, tal y como él me pedía que lo hiciera… de ahí tanta insistencia en acabarnos la copa”.

Amanda ingresó al baño y se metió bajo la regadera dejando que el refrescante y tibio líquido la recorriera de pies a cabeza, quería despejarse del todo.

—“Sí, no cabe duda que quería verme completamente vencida, por eso insistía tanto en que brindáramos por nuestra amistad” —analizaba mientras sentía que el agua que brotaba de la regadera envolvía su cuerpo— “Y no creo que haya echado droga en la botella, no, tenía que beber él también para que yo no sospechara, ese hijo de su mala madre debió haberlo echado en la copa, por eso bebió tan confiadamente incitándome a que lo imitara”

Terminó de asearse y envuelta en la afelpada toalla salió del baño y después de secar su cuerpo como acostumbraba a hacerlo, eligió la ropa que se pondría y comenzó a vestirse.

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