Sophia
Salía de la cocina. Acababa de hacer palomitas. Mi abuelo me lo había pedido, le apetecían palomitas. No sabía si iba a hacerlas o no. Pero él me miró con esos ojos marrones almendrados rogándome que hiciera palomitas.
Me acerqué al armario de la derecha, lo abrí y busqué una maceta donde ponerlo. Conseguí encontrar una. Volví a la cocina que tenía la olla e hice palomitas. Luego las eché en la olla que había cogido. Luego llevé la olla a la mesa. Sin demora, cogí un poco de sal y la puse sobre las palomitas. Le di una pequeña sacudida para que se sazonaran. Eso fue todo.
Cogí la olla y la llevé al salón. En cuanto llegué al sofá, fui a su lado con el cuenco. Se lo ofrecí, y él llenó la mano para coger las palomitas. Luego se las metió en la boca, masticando. Pero entonces me di cuenta de que ponía una cara fea.
No pude aguantarme y me reí. Creo que te has dado cuenta de que te falta sal.
- ¡Esto se ve horrible! Se te olvidó añadir sal. - se quejó, mirándome.
- No se puede a