La dama entra como si esta fuera su propia oficina, no le permito que se acerque a mí y por precaución llamo a seguridad para que la vengan a sacar, no quisiera hacerle daño a la madre de la que por muchos años fue mi mejor amiga.
—¡Señora! —mencioné, mostrándome tranquilo.
—¡Sabías que ella estaba enamorada de ti y le destrozaste el corazón hasta matarla! —reclama.
—No, señora, yo no tengo la culpa de nada. Su hija quiso hacer daño a mi novia, y, un desconocido hasta ahora, interfirió en sus planes. —Le aclaré lo mismo que las autoridades le hicieron saber vía teléfono aquel fatídico día.
—Mi hija sería incapaz de hacerle daño a otra persona. —Alega.
—En los últimos días, ella había cambiado mucho, pero claro, usted no lo notaba porque se encontraba a doce horas de distancia de ella y nunca más la vino a visitar desde que se marchó. —le solté con enojo lo que hace mucho tiempo quise decirle.
—Te la confié a ti, creí que mi hija estaría bien a tu lado.
—No, señora, yo la protegí como