Esa mañana Laura llegó a casa de sus padres a petición de su abuelo; entre su trabajo, los escándalos de ambas familias y su estado de salud deteriorado, evadió la conversación con él, no obstante, Ruben le exigió que debían verse esa mañana y no podía dilatarlo más.
Lo primero que vio al entrar a la casa fue a Noah, se encontraba desayunando junto a Ruben y sus primas. Para el anciano no pasó desapercibido la mirada llena de miedo y tristeza de su bisnieto; el pequeño, que segundos antes estuvo riéndose de las historias de su prima mayor, se sumió en un profundo mutismo y bajó la vista a su plato, evitando el contacto visual con la pelirroja.
―Vayamos al estudio ―indicó el patriarca de la familia, Laura ni siquiera saludó a Noah, siguió a su abuelo, caminando despacio a una distancia respetuosa de él, ignorando la expresión dolida de su hijo.
―¿Qué deseas hablar conmigo, abuelo? ―preguntó ella, ayudándolo a tomar asiento en la butaca junto a la ventana.
―Siéntate ―ordenó Ruben, Laura