Sebastián se acercó, mirándola con frialdad, y ella, temblando, le espetó: —Cobarde, ¿te atreves a pegarme? ¡Mi hombre está aquí!
Se acercó lentamente y le dijo con frialdad. —Pegarle a alguien como tú me parece demasiado sucio.
Pude ver en Sebastián una furia que rara vez mostraba, una ira fría y severa.
Julieta, al verse acorralada por los guardias de seguridad, cerró la boca.
Pero su esposo, Rodolfo Mancilla, no era tan prudente. Se zafó de los guardias y se lanzó hacia Sebastián.
Rodolfo, un hombre corpulento y acostumbrado al trabajo físico, era difícil de detener. En cuanto se acercó, grité: —¡Sebastián!
Él reaccionó con rapidez y le dio una fuerte patada en el estómago, haciendo que Rodolfo cayera al suelo, retorciéndose de dolor.
Julieta comenzó a llorar y a gritar que llamaría a la policía para meter a Sebastián en la cárcel.
—¿Llamar a la policía? —Sebastián se rio con desprecio—. Yo lo haré por ti.
Y sin más, llamó al 911.
Los García no se lo podían creer; su plan había sido