Al día siguiente, llamé a mi padre. Necesitaba oír su voz y la de Babi o no aguantaría más. Quedarme allí solo con Anya y sin las chicas era aburrido. Sin mencionar que no ayudaría a mi plan, ya que la matriarca no era la cabeza de la familia Hernández, aparentemente.
No me quedaba más remedio que esperar y esperar. Y el tiempo pasó, y yo me pasé la mayor parte de él leyendo los diarios y averiguando quién era Salma Hernández, prácticamente encerrada en mi habitación día y noche.
- Hola, papá.
- He intentado llamarte innumerables veces. Y no contestabas.
- No recibía las llamadas, papá. - Pensé que era extraño.
- Ha pasado tiempo desde que te fuiste. ¿Cuándo vendrás a visitarnos?
- Pronto, lo juro.
- ¿Y será una visita o puedo esperar a que vuelvas oficialmente a casa?
Me mordí el labio, confusa:
- I... Estoy estudiando, papá.
Oí su suspiro al otro lado de la línea:
- Sabes que te quiero, ¿verdad?
- Sí.
- Y que nada, repito: "nada" de lo que hagas, podrás ocultarme.
Se me aceleró el c