Cinco

Aidan

Lanzo el móvil contra el sofá mullido que se encuentra cerca de la ventana. La mañana ha sido un fiasco, me he levantado con el pie izquierdo y de mal humor, no pude descansar anoche y eso sin duda aumenta mi irritación. Observo la ciudad por la ventana, dónde enormes rascacielos se aprecian desde lo alto. Mi despacho no es muy espacioso, comparado con el que tengo en casa, ese es mucho más amplio que este. Sin embargo, si algo los hace parecido es el orden y la pulcritud que hay en cada rincón del sitio. Desde joven he sido muy estricto con el tema de la limpieza, quizá se deba a mi obsesión por tener todo bajo orden. Si hay algo que más odio es tener mi lugar de trabajo echo un lío, por esa razón los de limpieza se encargan de mantener mi despacho como les ordeno.

Tomo asiento en la silla y cruzo mis piernas una arriba de la otra, mientras desdoblo el periódico para leerlo. Suelo hacerlo todas las mañanas sin falta, se podría decir que es parte de mi rutina diaria, además del café sin azúcar. Bebo un sorbo e inmediatamente lo escupo en el suelo pulido.

—¡Laura! —llamo a mi secretaria que no tarda en hacer acto de presencia.

—¿Dígame señor...?

—¿Quién preparó el café? —la interrumpo levantándome de la silla.

—Lo he preparado yo, señor —responde en tono nervioso.

—¿Y qué te dije de no endulzar mi café? Porque parece que no te quedó claro —la miro con seriedad.

—L-lo siento señor —musita avergonzada—. Le traeré otro.

Me incorporo a sabiendas de que si aguardo un segundo más aquí adentro podría acabar mal.

—Saldré, encárgate de tener esto limpio antes que vuelva —demando colocándome el abrigo negro.

—Sí, señor —me retiro de la oficina dispuesto a ir a casa.

No tengo tiempo que perder con mis empleados, a veces siquiera entiendo por qué aún siguen teniendo el empleo si no hacen bien su trabajo. Pero si me tomara la molestia de observa quién es el más destacado en ello, debo decir que el único que sobresale es Ralph, el chico pelirrojo que lleva poco tiempo en el restaurante, de resto ningún otro es competente. Al ser el heredero de los restaurantes Vogel, negocio que mi abuelo materno dejó a mi cargo, tengo una gran responsabilidad, puesto que debo mantener su legado en alto. Decidí estudiar gastronomía, convirtiéndome en uno de los mejores chef a tan poca edad. Mi amor por la cocina fue creciendo a medida que vivía con el abuelo, de hecho fue gracias a él que hoy en día soy el hombre que soy, no sé que sería de mi si no me hubiera escapado de casa para ir a vivir con él.

Recordar ese momento despierta emociones que prefiero reprimir y no sacar a la luz. Por lo que me obligo a no pensar en ello. Marco el número de Álex, mi socio y además mejor amigo.

—¿Lograste conversar con Harry? —pregunto subiendo al auto, un Audi blanco que compré hace poco.

—Sí, me comentó que pensará en nuestra propuesta, dice que es un poco precipitado dejar la compañía de su padre —menciona Álex—. Aseguró que nos dará la respuesta después de su viaje a Francia.

—Bueno, entonces no quedará de otra que esperar —digo no muy convencido. La paciencia no es lo mío.

—Es el único que podría darnos una mano —me recuerda.

—Sí, lo sé.

De un tiempo para acá, hemos tenido muchas pérdidas en el negocio, por lo que nos vimos en la obligación de buscar un accionista que pudiera comprar las acciones del antiguo socio del restaurante. Y conseguimos a Gianluca, un empresario que maneja la compañía de su tío.

—Oye, te llamo luego, estoy de camino para allá —avisa colgando, sin darme tiempo de informarle que estaré en la cafetería donde venden los mejores café de la ciudad.

Horas más tarde mientras revisaba un montón de documentos encima del escritorio, recibo una llamada de la última persona que quiero hablar en mi vida; mi padre.

—¿Qué es lo qué quieres?

—Es notorio que hoy no es tu día —emite haciéndome bufar.

—Lo era antes de que llamaras —respondo tajante—. Tengo muchas cosas que hacer, así que ve al grano.

Lo escucho suspirar al otro lado de la línea.

—De acuerdo, solo llamaba para invitarte a una cena familiar. Sé que odias este tipo de reuniones, pero me gustaría que asistas...

—¿En serio crees que voy a perder el tiempo en ir para allá? —hablo sintiendo ganas de reír—. Sabes cuál es mi respuesta, así que no te molestes en llamarme de nuevo.

—Hijo, deseo verte —su voz suena afligida, pero la verdad no me importa en lo más mínimo—. Tu hermano...

—Él no es mi hermano —mascullo enojado—. Siquiera sé por qué intentas aparentar que tienes una familia perfecta cuando no es así. Has de cuenta que no existo, es lo que he hecho con todos ustedes.

Finalizo la llamada y llevado por mi arrebato, lanzo la copa de vino que he dejado a medias. Esta se hace añicos, los vidrios se esparcen en el suelo. Pero la verdad es lo que menos me interesa en ese momento, sin embargo intento controlar mis emociones al recordar dónde me encuentro. Aunque la mayoría de los empleados me conocen y saben cómo es mi carácter, no quiero darles más motivos de aquel horrendo apodo que me han puesto. Busco el blíster que llevo siempre conmigo, y agarro una pequeña pastilla que llevo a mi boca tragándola enseguida. Cierro los ojos mientras intento mantener la calma en medio del caos que hay en mi cabeza en este instante. Reprimo aquellas sensaciones que me cortan el aire, me niego a permitir que se adueñe de mi mente, por lo que decido salir fuera del despacho a tomar aire.

Afortunadamente el restaurante no se encuentra muy lleno, haciéndome llegar rápidamente a la salida sin ser interceptado por algún cliente o empleado. El estar rodeado de tantas personas cuando estoy teniendo un episodio de ansiedad aumenta mis síntomas, me siento expuesto, y vulnerable. Tan solo el imaginar que los demás me juzguen o critiquen, que vean lo frágil que puedo llegar a ser en este estado, es algo que me causa incomodidad. Estando en el exterior, inhalo profundamente y suelto todo el aire contando hasta tres, repito el ejercicio cinco veces más y me concentro en mirar algún objeto en la calle concurrida.

Trato de actuar de manera tranquila para no llamar la atención, sería muy vergonzoso que otros noten cómo me encuentro. Sin embargo, cuando estoy por girarme y regresar a la cafetería, siento un cuerpo promedio impactar contra mi pecho ocasionando que ambos perdamos el equilibrio y caigamos al asfalto.

—Auch, mi cabeza —escucho una voz femenina.

Me levanto del suelo y entonces la veo, es una joven de cabello castaño claro con mechones morados en su flequillo. Lleva un atuendo bastante raro a decir verdad, parece no saber nada de la moda y su ropa ancha y oscura lo deja ver así. Usa unas gafas de pasta gruesa que cubren gran parte de su rostro desnudo, sin una pizca de maquillaje en el. La primera impresión que me da es que pertenece al extraño grupito de muchachos que suelen visitar frecuentemente la cafetería.

¿Cómo es que se llamaban? Intento recordar el nombre. En fin, sacudo el polvo que se ha adherido a mi ropa y llevo la mirada a la joven.

—Deberías fijarte por dónde caminas —hablo cortando el silencio que se ha instalado entre ambos.

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