Por Solange
Cuando llegué al sector en dónde suelen estar los padres, veo a Ema, recostado contra una columna, mirando fijamente a Dante.
- ¿Qué hacés acá?
Mi corazón latía deprisa, estaba aterrada porque me sentía acosada, ya no sólo se metió conmigo, sino también se metía con mi hijo.
Quería tomar a Dante en mis brazos y salir huyendo.
¿Cómo pude entregarme a él por segunda vez?
¿No aprendo?
-Estoy viendo jugar a Dante.
Dijo como si fuese algo normal.
-Tiene mucha habilidad.
Prosiguió.
-No quiero que estés acá.
- ¿Por qué?
-Porque no tenés nada que hacer.
-Yo creo que sí.
Mis colores iban y venían, no sé si estaba pálida o ruborizada.
Mi sensación tampoco la podría describir, porque no sé si estaba enojada con él, o conmigo por haber sido débil el sábado o enfurecida por la actitud soberbia de Emanuel.
-Ya te dije el otro día que lo que sucedió, fue una equivocación y…
-Ahora estamos hablando de Dante.
Me sentí una imbécil, Emanuel no nombró ese sexo rápido que tuvimos, que debe habe