310. LA FAMILIA
Mientras, en la parte de afuera de la casa, después del ataque, Mía se encontraba visiblemente afectada. Aunque su rol era ser la guardia de seguridad de Sofía, en el momento crítico, su instinto maternal había tomado el control. La posibilidad de un peligro inminente para su propio hijo no nato la dejó inmovilizada por el miedo, una reacción humana que la enfrentaba a la dualidad de sus responsabilidades profesionales y sus instintos personales.
—¿Qué te pasa, Mía? —preguntó Fenicio, notando su angustia y la forma en que acariciaba su vientre, un claro signo de su preocupación maternal.
—Fenicio, ya no puedo seguir siendo la guardia de seguridad de Sofía —confesó Mía con la voz quebrada por la emoción—. Cuando esa mujer se abalanzó sobre ella, me quedé paralizada; lo único en lo que podía pensar era en mi bebé. Soy una pésima guardia —dijo finalmente, dejándose llevar por el llanto. —No sé qué hubiera pasado si Yavier…
Fenicio la abrazó con infinito amor, limpiando sus lágrimas