Capítulo 4: La bruja del oeste

Kassio apartó la atención de sus papeles al notar que la puerta de su despacho se abría. Solo había un par de personas que entraban sin anunciarse: Nastia y Maxim.

—Nastia —saludó, al ver que se trataba de su madrastra, y volvió a concentrarse en su trabajo.

Había tenido un día demasiado largo y no estaba de humor para lidiar con ella. No creía que tuviera nada importante que decir. Después de un año bajo sus órdenes, estaba acostumbrado a que ella apareciera en cualquier momento solo para recordarle quién estaba al mando. Como si él pudiera olvidarlo.

Era la lealtad a su padre y el legado de su familia lo que lo mantenía allí, de lo contrario, habría mandado a Nastia al demonio hace mucho tiempo y habría dejado que Secure Line Insurance se fuera a la quiebra.  

—Kassio, ¿cómo estás?

—Bastante ocupado. ¿Qué te trae por aquí?

—¿Seguro puedes dedicarme unos minutos?

Kassio miró la hora en la pantalla de su computadora, casi era la hora de salida. Dejó a un lado sus documentos y se reclinó en su silla, cruzando los brazos.

—¿En qué puedo ayudarte?

—Es sobre tu hermano. Me gustaría que lo involucraras más en los negocios de la empresa.

—Tiene su propia oficina en este piso y ocupa uno de los puestos más importantes. —Aunque bien sabía que eran los hombres bajo su mando los que hacían todo su trabajo—. Le otorgaría otras responsabilidades, si confiara en que puede hacerlo.

Su madrastra le dio una mirada gélida.

—Él podría hacer hacerlo, si aprendiera más sobre cómo funcionan las cosas aquí. Puedes empezar por llevarlo a reuniones con los clientes y dejarle cerrar nuevos tratos.

—Nastia, con todo respeto, estoy aquí para trabajar, no para hacer del niñero de mi irresponsable hermano. La mayoría del tiempo es una suerte encontrarlo en su oficina. ¿Qué sugieres? ¿Que tenga a los clientes esperando hasta que tu hijo se digne a aparecer para llevarlo conmigo? Maxim es impredecible e irresponsable.

Hubo un tiempo en el pasado que Kassio se había encargado de solucionar los problemas de su hermano. Pese a que los separaba diez años, había tratado de ser ese hermano mayor al que Maxim pudiera acudir cuando lo necesitara. Sin embargo, se había cansado de su actitud infantil.

Nastia no había hecho nada para ayudar. Lo había envenenado en contra de Kassio y ahora los dos parecían más enemigos que hermanos.

—Kassio, harías bien en recordar nuestro acuerdo. Conservas tu puesto en esta empresa porque eres parte de la familia, pero no creas que no hay gente allá afuera que puede ocupar tu puesto hasta que tu hermano, el verdadero heredero, se haga cargo. Tu padre creía que él era capaz de dirigir su empresa y yo opino igual.

Kassio esbozó una sonrisa carente de humor.

—A partir del lunes —continuó Nastia—, llevarás a Maxim contigo a cualquier reunión importante.

—Está bien, haré que mi secretaria le envié la programación de las reuniones que tengo en la ciudad. Si él no se aparece, no hay nada más que pueda hacer. —Se puso de pie—. ¿Eso es todo? Tengo un compromiso esta noche y no me gustaría llegar tarde.

—De hecho, hay algo más. Es hora de que te encontremos una nueva prometida.

—¿No es muy pronto para eso?

—La hija de los Castelli se casó a unos días de desaparecer de vuestra boda. Los rumores de que ella te abandonó por otro no han dejado de circular. Se especula muchas cosas sobre ti y los motivos por los que ella te abandonó. Esa no es una buena publicidad.

No podía entender la necesidad de su madrastra por verlo casado. Quizás estaba buscando una cómplice para que lo mantuviera vigilado y bajo control. Como si alguna vez fuera a confiar en la mujer que su madrastra eligiera para ser su esposa.

—Me reuniré con los padres de algunas posibles candidatas en las próximas semanas. Todas son hijas de buena familia. Te avisaré cuando llegue la hora de que las conozcas.

—Esta vez asegúrate que sea alguien que no escape antes de la boda. Eso podría ocasionar más problemas.

Su madrastra no pareció apreciar su comentario.

—Ya que eso está solucionado, no te quito más de tu tiempo, querido.

Kassio esperó hasta que su madrastra se marchó para soltar una maldición. Nastia sabía cómo arruinar un día.

—¿Escuché que tu adorada madre estuvo aquí? —preguntó Domenico de pie en la puerta.

—Creo que todavía está en las instalaciones, no dejes que te escuche.

Su amigo fingió un escalofrío.

—¿Listo para irte?

Asintió y tomó sus cosas.

—¿Y qué es lo que quería la bruja del oeste? —cuestionó Domenico en la privacidad del ascensor. 

Kassio sacudió la cabeza. Su amigo siempre estaba poniéndole apodos a Nastia.

—Que involucre más a mi hermano en las funciones de la empresa.

—Para que eso suceda, Maxim tendría que querer involucrarse. Está más interesado en meterse bajo las faldas de nuestras empleadas. ¿Sabes que esta tarde lo encontré enrollándose con su secretaria?

—Demonios, es la segunda secretaria en lo que va del mes. Debería darle una paliza.

—O usar esa bella arma que tienes en tu departamento. Sé que vuestro vínculo no te permite deshacerte de él, pero podrías dispararle en las manos. 

—¿Crees que no lo he considerado? —resopló—. ¿Qué hiciste con la secretaria?

—Lo mismo que hice con la anterior. Solicité su transferencia a recursos humanos y pedí que envíen a otra persona.

—Espero que esta vez sea un hombre.

—No durará, así como no lo hizo el último hombre que contratamos. El arma es mi mejor opción, si no puedes hacerlo tú, deja que me encargue yo. Soy casi tan buen tirador como tú.

—Tengo el presentimiento de que no resistirías a la tentación de dispararle en la cabeza.

—Me conoces muy bien. —Las puertas del ascensor se abrieron y Domenico fue el primero en salir—. ¿Vamos por unas copas?

—Lo siento, tengo un compromiso al que asistir.

Su amigo lo miró con los ojos entrecerrados y luego el entendimiento brilló en sus ojos.

—Creí que le habías dicho a cierta hermosa castaña que no irías.

—Y no pensaba hacerlo. Hasta que Nastia me dijo los rumores que circulan por allí. Quizás si voy, se corra la voz de que mi ex prometida y yo estamos en buenos términos.

—¿Desde cuándo te importa lo que el resto diga sobre ti? —preguntó Domenico con una sonrisa socarrona.

Kassio lo fulminó con la mirada y su amigo rio.

—Dale mis saludos a Sienna y pregúntale si tiene algún problema con que la llame. Me gustaría invitarla a salir a tomar un café o a comer algo.

—¿Cómo conseguiste su número? —preguntó encerrando los ojos—. No importa. No vas a invitarla.

La idea de que su amigo invitara a salir a Sienna no le sentó muy bien, pero no pudo encontrar una explicación racional.

—¿Por qué? —Una sonrisa se extendió por su rostro—. ¿Estás interesado en ella? Debiste empezar por allí.

—No estoy interesado en ella, solo no la invitarás a salir.

—Si es así, entonces no veo el problema. Supongo que no vas a preguntarle lo que te pedí ¿verdad? Bueno, me arriesgaré a llamarla y ver como se lo toma.  

—Domenico…

Su amigo se subió a su carro, cerró la puerta y señaló el oído.

—Lo siento, no puedo escucharte. —Él encendió su auto y se marchó.

—Imbécil. —Subió a su propio coche y miró a su conductor—. A mi departamento.

En cuanto llegó, se apresuró a tomar una ducha y cambiarse. Se habían tardado debido al tráfico y no tenía mucho tiempo si no quería llegar tarde.

Eran pasada las siete de la noche cuando su conductor se detuvo frente a las rejas de la enorme mansión que pertenecía a los padres de Sienna. Ella le había enviado los detalles el día anterior. No estaba seguro cómo había conseguido su número porque él no se lo había dado.

Los guardias lo dejaron pasar en cuanto les dio su nombre, lo cual fue una sorpresa. Las pocas interacciones que había tenido con Sienna fueron suficientes para darse cuenta del extraño sentido del humor que poseía. No le habría extrañado, ni un poco, que ella hubiera dado la orden de que no lo dejaran pasar solo por diversión.  

En cuanto entró al gran salón donde se estaba llevando a cabo la fiesta, una quietud llenó el ambiente y las miradas se posaron en él.

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