Ambos nos separamos y cruzamos nuestras miradas, sus ojos con las pupilas dilatas y los míos probablemente llorosos.
— ¿Escudos? —dijo el mirando a su alrededor— todo esto para demostrar que somos escudos…
Él se puso de pie ofreciéndome una de sus manos para ponerme de pie. Mi corazón latía rápido y mis manos estaban temblando.
— ¡Es una estupidez! —grito Brais enojado.
— Hoy en día existen pocos escudos… —Tavia apareció desde las sombras— pero es más fuerte cuando ambos se protegen…
Esa vez mis sollozos eran más fuertes y el miedo que había sentido poco a poco iba desapareciendo.
— Dacia… —la mujer de cabellos blancos se acercó a mí.
Retrocedí hacia atrás para apartarme de ella, mire hacia mis piernas y por ella subían dos serpientes.
— ¡Ah! —Brais tomo mi mano.
Y como por arte de magia las serpientes desaparecieron.
— ¡Louis ya terminamos! —exclamo Itaro dirigiéndose hacia él.
— La debilidad de