Capítulo 59

Si ir a la playa fue raro, más extraño resultó cuando fuimos a bailar, también a comer en un restaurante e incluso al cine. Rudolph había perdido, por completo, el miedo y quería pasarla bien conmigo, paseando, caminando, bailando y comiendo como si estuviera vivito y coleando.

A mí no me importaba que la gente me miraba hablando sola, riéndome, celebrando o besando al aire. Yo era muy dichosa en los brazos de mi marido, disfrutando de sus labios y arder en el fuego que me provocaban sus caricias.

Fuimos a bailar a un salsódromo. A mí me gusta mucho la salsa, me encanta menear las caderas, danzar con mucha cadencia y sentirme una palmera meneándome en forma constante y provocativa al compás de las melodías sabrosas y calientes de los ritmos tropicales. Con Rudolph, antes de casarnos, íbamos a bailar, siempre, los fines de semana. Esa vez me había puesto un vestido súper corto y estrecho que resaltaban mis curvas. Con Rudolph me sentía la mujer más sexy del mundo y quería, además
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