Otra noche fuimos a comer. -No puedes pedir nada o de lo contrario el mozo me tomará de loca-, le advertí  a Rudolph, pero él ya tenía un buen plan. Fuimos a un restaurante exclusivo,  muy elegante y distinguido en el centro de la ciudad. -Pide una gran porción de calamares-, me exigió él, cuando nos ubicamos en una pequeña mesa en un rincón tranquilo, rodeado de jarrones artísticos y plantas ornamentales.
  -No podré comerme tanto-, me molesté, pero él no me hizo caso. -Yo sí tengo mucha hambre-, estalló él en risotadas.
   Entonces pedí una gran porción de calamares, un vino, tostadas, y postre. -¿Está segura, señorita?-, se extrañó el mozo.
   -Por supuesto-, arrugué coqueta mi naricita.
   Mis risotadas llamaron la atención de los otros comensales. Pese a que estábamos en un rinconcito muy discreto, mis constantes risas por las bromas de Rudolph les llamó la atención a los otros clientes, también a los mozos. De repente, todos me miraban con atención, viendo mis ademanes, mis car