Me quedé con él hasta el domingo por la noche y estaba molida. Apenas había dormido esa noche, cuando nos montamos en su coche a las nueve de la noche todavía podía sentir sus manos por todo mi cuerpo y sus labios en mi piel. El lunes tendría que taparme un par de chupetones pero los había disfrutado como la que más.
Me acarició la pierna a medio camino Iba más lento que de costumbre y había cogido el todoterreno.
—¿Estás bien? —me preguntó.
Yo asentí. ¿Por qué no iba a estarlo? Ah, sí, porque algo como eso no se repetiría hasta saber cuándo, hasta que se divorciara. No hablamos más del tema, no le pregunté por más, me estaba conformando con su palabra y esperaba que no me fallara.
—Estoy cansada —admití.
Soltó una sonrisa socarrona, con orgullo.
—Podrías haberte quedado esta noche también.
Negué.
—Mañana tengo clase y contigo sé que no voy a descansar nada de nada.
Soltó una risa que se me contagió.
—No te quejabas tanto hace un par de horas.
—No me estoy quejando, estoy c