Ethan conducía en silencio por una avenida poco transitada. Su mirada, fija en el camino, reflejaba una tensión contenida. El interior del vehículo estaba envuelto en una calma tensa, donde el sonido del motor apenas se mezclaba con el leve murmullo de la radio que nadie había querido apagar. A su lado, Ava observaba por la ventana, con los hombros ligeramente encogidos. Aunque no decía nada, su postura delataba la ansiedad que la recorría.
Durante varios minutos, la ciudad pasó desapercibida, como un decorado distante. Ethan no desviaba los ojos del camino, pero en su mente, el peso del inminente proceso legal se hacía cada vez más insoportable. Era él quien estaba a punto de perder a su hijo. Y ahora, la amenaza de perderlo era real.
El teléfono móvil de Ethan vibró con insistencia. Con movimientos tensos, lo tomó y respondió. La voz al otro lado era directa y formal.
—Señor, le habla el Licenciado de divorcios. Lamento interrumpir, pero debo informarle que la señora Helena ha decid