Ethan entreabrió la puerta de su habitación, aún con el sueño pegado a los párpados y una expresión de fastidio mal disimulada. No había dado ni dos pasos fuera cuando un pequeño huracán de emociones lo recibió de golpe.
Allí estaba Adrián, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, bloqueando su paso como si fuera un guardia en una misión de suma importancia.
—Papá —lo llamó con un tono grave y acusador—, ¿dónde está Ava?
Ethan, que ya intuía que no se trataba de un simple saludo matutino, se apoyó despreocupadamente contra el marco de la puerta y le dedicó una sonrisa ladina.
—Buenos días para ti también, hijo —respondió con burla, estirándose un poco—. ¿Y por qué la buscas a ella antes que a mí?
Adrián arrugó la nariz con desdén, como si la pregunta fuera absurda.
—Porque fui a su cuarto y no estaba —explicó con un mohín de disgusto, pero luego su expresión cambió por completo cuando un puchero tembloroso se formó en su boca—. ¡No quiero que se vaya!
Ethan parpadeó, algo sorprendi