Ethan no pudo evitar sentir un nudo en el estómago al escuchar el llanto de Adrián. Aunque el niño había permanecido en sus brazos todo el tiempo, hasta ahora se había mantenido en silencio, como si estuviera esperando una señal para expresar todo lo que llevaba dentro. Al salir de la casa de Helena, con la puerta cerrándose de golpe detrás de ellos, el llanto de Adrián era lo único que se escuchaba en la tranquila tarde.
Ethan ajustó a Adrián en sus brazos, intentando darle seguridad mientras se apartaban de la casa. El niño sollozaba con fuerza, aferrándose a él, y no era un llanto común, sino uno profundo, cargado de una tristeza que Ethan no había visto antes en el pequeño.
—¿Por qué lloras, Adrián? —preguntó Ethan suavemente, con su voz llena de preocupación mientras miraba al niño con sus ojos brillosos, buscando alguna pista en su rostro.
Adrián levantó la mirada hacia él, con los ojos llenos de lágrimas. Con un sollozo entrecortado, sus palabras salieron en un susurro débil: