102. Pueden llevarse al bebé a casa.

La tenue luz de la incubadora bañaba los frágiles rasgos del pequeño. Amir e Irina se encontraban a su lado, observándolo con una mezcla de ternura y preocupación. Sus diminutas manos se movían con torpeza, y sus ojitos aún cerrados parecían soñar con un mundo desconocido.

—¿Crees que me reconoce, Amir? —preguntó Irina en voz baja, acariciando con delicadeza la mejilla del bebé.

—Por supuesto que sí, mi amor —respondió Amir con una sonrisa cálida, tratando de tranquilizar a Irina—. Siente nuestro amor, nuestra presencia. Para él, somos su universo.

Irina asintió con la cabeza, conmovida por las palabras de su esposo. En ese instante, sintió una conexión profunda con su hijo, una conexión que trascendía las barreras físicas.

—¿Recuerdas cuando lo imaginábamos en el vientre? —preguntó Amir, con una mirada nostálgica en sus ojos.

—Sí, como si ya lo conociéramos —respondió Irina, cerrando los ojos y reviviendo aquellos dulces recuerdos.

—Soñábamos con este momento, con tenerlo en nuestros
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