Salí rápido de esa sala de reuniones, no podía dejar de que él jugará con mi cabeza ni con mi corazón y tampoco sería una más de su larga lista. Me chocó con alguien —Lo siento—dice ayúdame.
Me levanto del suelo como puedo y lo miro—No pasa nada, lo siento también—sonrió.
Ese hombre alto, morocho y unos ojos color miel me quedan mirando dejándome sin aire y poniendo una enorme sonrisa en su boca. Me dejaban sin palabras, solamente fue un delirio mío y negué con la cabeza. Apoya su mano enorme en mi hombro—¿Estás bien? —me pregunta.
Muevo mi cabeza varias veces y me doy cuenta que no estoy hablando. Aclaro la voz—Si, si—respondo.
Sonríe—Me alegro, ¿trabajas aquí? —pregunta mirándome.
—Algo así, si puede