―Lo siento, señor Fisher, traté de detenerlos pero no pude ―comentó Carla, a la cual parecía que le faltaba el aire. ―No tienes que preocuparte, Carla. Sé como son estas personas. No es tu culpa ―respondió él con lentitud y con un tono tranquilo. La madre de Derek, Katherine, vio a Carla con una mirada filosa. ―Tú, pequeña traidora. Contratamos tu servicio, te dimos un techo para dormir y comida en tu plato. Y aún así decidiste irte con él en el momento que cumplió la mayoría de edad ―Sus palabras eran cortantes―. Lo preferiste a él antes que a nosotros que éramos quienes te pagaban.―Me contrataron para criarlo y eso hice, lo mejor que pude pese a sus malas enseñanzas ―respondió Carla sin temor. Abrí los ojos en sorpresa ante tanta valentía. ¡Eso, Carla! Dales con todo. ―¡Ingrata! ―gritó Katherine. ―¡Déjala en paz! Ella no es tu empleada y no tienes derecho hablarle así. Y tú, Carla, no eres su esclava. No tienes que aguantar sus insultos. Pégales si quieres ―dijo Derek
―Es mentira ―susurró Katherine, en plena negación. ―Puedes salir de esta casa y preguntarle directamente, si es que se digna a recibir a gente tan poca cosa como ustedes ―Alardeó mi esposo. Me encontraba embobada por la sorpresa. No me lo podía creer. ¿En serio el fundador conservador de los bancos Fisher permitió que su nieto casara a la fuerza a una secretaria sin herencia y terrenos? ¿A cambio de qué? ¿Así como si nada? ―Mi padre no permitiría manchar nuestro linaje de esa manera ―dijo Rodolf. ―¿De qué hablas? Si ustedes fueron los únicos que mancharon nuestro apellido ―Soltó Derek, como una serpiente venenosa. ―Ella no tiene el estatus para formar parte de los Fisher. Tu abuelo… ―Mi abuelo lo único que quiere es verme casado con una buena mujer y que le dé un par de nietos. Las mejillas se me incendiaron. ¿Nietos? Jamás mencionó nada sobre hijos. Se supone que el contrato de matrimonio es por un año. No entiendo. ¿Me habré perdido en algún punto de la conversación y
Dejé que me alimentara en silencio. Ninguno habló en el proceso. Yo me acabé la avena y él se fue con el plato. El brazo aún me molestaba pero no como antes. Supongo que esos analgésicos tampoco hacían milagros. Digo, ni el traceval calmaría mi agonía por completo. Pero si que ayudaba. ―Bien, vamos a bañarte ―dijo al volver a la recámara. Me quitó las sábanas de encima. No puedo creer lo cochina que me he vuelto desde que estoy en esta casa. Pasé por muchas cosas ayer y no me bañé, aunque es razonable porque pasé por una cirugía. Envolvió mi brazo en plástico. ―Puedo bañarme yo sola. ―Ni siquiera fuiste capaz de ponerte el vestido por tu cuenta ―refutó, entrando al baño. Podía escuchar el agua caer. Los minutos pasaron. Volvió a la habitación sin ropa, solo con una toalla cubriendo la parte inferior de su cuerpo. Mis ojos no sabían donde posicionarse. Sus brazos, clavícula, pectorales y abdomen estaban al descubierto. Y aún así quería ver lo que se escondía bajo la
Se detuvo en mi abdomen, limpiando con suavidad. Dejé escapar un suspiro y las mejillas se me tiñeron de rojo. Su toque no era con segundas intenciones, en verdad me estaba limpiando. Pero mi mente lujuriosa se estaban imaginando otras cosas. Negué con la cabeza. «No, no. Él lo estaba haciendo a propósito» Yo no me estaba volviendo loca. Él también estaba excitado, podía sentir su erección en la parte baja de mi espalda. Terminó de limpiar la parte superior y fue con la inferior. Me sobresalté al sentir su mano en mi zona íntima. ―¡Derek, no podemos…! ―dije angustiada, sin saber cómo terminar la oración. Se rio, fue una risa baja y ronca. ―Te estoy limpiando. ¿Tú no te limpias aquí abajo? ―Sus dedos seguían en esa zona. Le estaba dedicando más esfuerzo que al resto del cuerpo. ―¡Por supuesto que sí! ―exhalé, ofendida―. Pero, no te hagas el loco. Puedo sentir tu erección. ―Oh, querida. Si me conocieras lo suficiente, sabrías que yo siempre estoy erecto cuando e
Su cuerpo se puso rígido. Sus manos se cerraron en mis hombros con decisión.―Erika, estoy tratando de ser paciente y que me digas el nombre de esos desgraciados por tu cuenta. Pero me lo estás haciendo cada vez más difícil ―exhaló con rabia―. Te juro que si me dices sus nombres, yo los mataré.―Nietos ―Solté de pronto, sorprendiéndome a mí misma.―¿Nietos? ¿Los nietos de quiénes fueron? ¿Es de alguna familia que conozca? ―dijo con rapidez.―No, no. Tú le dijiste a tus padres que tu abuelo está al tanto de nuestro matrimonio y que estaba esperando nietos de nuestra… mí parte.Miró a ambos lados, buscando escapatoria. Se pasó la mano por el pelo húmedo, echándolo hacía atrás.―Sí, eso es cierto ―respondió sin más, mirando algún punto de la pare
Parpadeé repetidas veces, hasta que comprendí lo que me estaba diciendo.Ya van, este hombre me estaba diciendo que el contrato no era de un año, sino de diez.Gracias a Dios estaba sentada. De lo contrario me hubiese caído de culo.Esperé ese sentimiento de dolor, rabia, enojo. Sin embargo, jamás llegó.Enterarme que estaba atrapada con él por diez años debería ser mi mayor tristeza. Tal y como lo fue el día en que desperté en su cama y me contó del contrato de un año. Lloré, estuve sin comer, beber agua.Y aquí estaba, sin decir nada. Sin tener ningún sentimiento negativo. Él me causaba miedo y mucho, no podía negarlo. Cada vez que pensaba en la posibilidad de ser demandada me dolía el estómago.Pero saber que iba a estar diez años junto a él como su esposa, se sentía bien h
―No necesitas refutar. Diga lo que digas, sé que debo andar con pies de plomo a tu alrededor. Tú jamás perdonas a un traidor ―dije, decidida.Siempre respeté el pensar de Derek e hice lo posible por buscar su perdón, ya que reconocía mi propio error. Pero era muy ingenua. Él jamás me perdonaría. La clase de gente como él y el señor Martín (prestamistas), no conocían la consideración.Lo único que me quedaba era aceptar las condiciones y andar con cuidado para evitar ser demandada.Quiso hablar, pero me estaba levantando antes que dijera cualquier otra cosa. Fue hacía mí y me ayudó a salir de la bañera.Las mejillas me ardían de la vergüenza. Me estaba viendo en todo su esplendor.Me cubrió el cuerpo con una toalla y me puso otra sobre la cabeza, restregándola. Mantuve la mano sana sujetando l
Mi mano fue al sobre, pero él fue más rápido y lo apartó de mi alcance.―¿Podemos tomar prestado el consultorio por quince minutos? ―habló Derek, dándome la espalda.El doctor se veía dudoso, sin embargo, terminó aceptando.―Devuélvemelo, por favor ―Estiré la mano.Negó con la cabeza, sentándose en la silla donde antes estaba el doctor. Me ignoró.―¿Cuál será el nombre de este adefesio? ―Colocó el tobillo derecho sobre la rodilla izquierda.Abrió el sobre sin cuidado alguno. Vio el interior.―¿Qué carajos es esto? ―gruñó, volteando el contenido en el piso.Varios pedazos de vidrio enrojecidos cayeron al suelo. Parpadeé, sin comprender al principio.―¿Qué significa esta basura que te escribió? ―gruñó con rabia.Esta