Su lengua allanó mi boca, jugueteando con ella, causando hormigueo a lo largo de mi cuerpo.
Mis pulmones suplicaban por oxígeno, el vello se me erizó y la piel me ardia como candela.
La rabia me inundaba las venas, el odio corroía mis huesos, y aún así, le estaba
correspondiendo el beso. No tendría mucha experiencia en los besos con lengua, pero hacía mi mayor esfuerzo por dominar ese territorio desconocido para mí.
Sus labios bajaron por mi cuello, chupando y lamiendo. Mi pecho subía y bajaba erráticamente, en busca de oxígeno. Él no parecía estar sin aliento pese al desespero en sus movimientos. Era como si besar mi piel fuese lo que necesitase para sobrevivir.
No estaba segura de que hacer con mis manos, dónde ponerlas. Pero quería experimentar. Siempre fui una curiosa reprimida. Y tenía la oportunidad frente a mis ojos.
Por fin podía sentir el cuerpo masculino con libertad, la textura, la forma, la calidez de su piel.
El único problema es que era Derek; el mismo hombre que s