Rosi, con ojeras apenas disimuladas por el maquillaje, se vistió con un vestido que no lograba ocultar su tristeza y depresión. Antonio, la tomó del brazo con firmeza antes de descender las escaleras, susurrándole al oído:
— Quiero verte sonreír, incluso si te cuesta. Recuerda que tu libertad está en juego.
— ¿Por qué haces esto, Antonio? Ya compartimos la cama y la habitación. No entiendo qué más deseas de mí. Te has salido con la tuya como siempre lo has hecho.
— Quiero que vuelvas a ser mi esposa, que olvides que Galeano fue tu amante.
— Sabes que ya no siento nada por ti. No volveré a estar contigo de esa manera. Sigo siendo tu esposa legalmente, pero tu mujer no volveré a serlo jamás.
— He tenido paciencia, pero estoy perdiéndola. Si no accedes, tú serás la perjudicada. Así que ven conmigo, y cuidado con contradecirme frente a nuestra hija y al pelele de tu amante.
— ¿Qué planeas, Antonio? Merezco saberlo antes de enfrentarme a Galeano.
— Ya lo verás, mi amor. Tu papel es