Capítulo 43
El restaurante estaba cerrado al público, pero en su interior, la mesa principal estaba ocupada por cinco hombres. La madera oscura reflejaba el parpadeo de la luz tenue de la lámpara de araña, mientras copas de vino y ceniceros rebosantes de colillas acompañaban la conversación. Afuera, la brisa marina de Palermo soplaba con la promesa de tormenta.

Salvatore Filippi, un hombre de cabello plateado y piel curtida por los años, exhaló el humo de su cigarro con un suspiro pesado.

—El niño ha crecido —murmuró, con un tono en el que se mezclaban respeto y peligro.

—Niño no es la palabra —intervino Enzo Greco, con su brazo apoyado en la mesa, tamborileando los dedos contra la madera—. Dante Bellandi demostró que no perdona la traición. Mató a veintisiete de los suyos. Eso no se ve todos los días.

Giancarlo Bianchi, un siciliano de ojos claros y astucia letal, tomó un sorbo de su vino antes de hablar.

—Lo hizo rápido. Sin ceremonias. Sin dudas. Igual que Vittorio en sus mejores tiempos.

El no
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