La mañana caía como una promesa rota sobre los campos húmedos de Como. Niebla espesa, olor a tierra mojada, y el chillido lejano de unos cuervos sobrevolando las copas de los árboles. Svetlana estaba de pie en el claro detrás de la casa, con el cabello recogido en una coleta firme y los brazos tensos por la anticipación. Vestía ropa de entrenamiento, negra, ajustada, funcional. Sus ojos estaban fijos al frente, clavados como cuchillas. Pero su respiración delataba que… aún sentía miedo.
No miedo al dolor.
Miedo al fracaso.
Frente a ella, Jacobo preparaba el primer ejercicio.
—Hoy vamos a dejar los simulacros —dijo él, arrodillándose junto a una caja metálica que descansaba sobre una lona—. Quiero que sientas el peso real del arma. Que entiendas lo que es cargar una en la mano sin que sea una promesa... sino una decisión.
Abrió la caja.
Dentro, relucía un AR-15 con culata plegable.
No era un juguete. No era de entrenamiento.
—¿Estás segura? —preguntó, sin mirarla aún.
—Sí —respondió el