Mi Rey
Mi Rey
Por: Celeste Kaomy
Mi Reina

Más que una boda, aquello parecía un funeral, meditó Kairi de pie en el altar mientras era desposada por un completo desconocido.

Todos los invitados traían caras de pesar, no había ni un solo rostro feliz, pero eso era porque aquella no era una ocasión feliz en lo absoluto, esta boda se estaba efectuando únicamente por conveniencia.

Aldalaya Kairi era la única hija no casada de Aldalaya Erwin, actual rey de Ekinoccia, que en ese momento enfrentaba una atroz guerra contra Aidan y su ejército milenario.

Aidan estaba superando sus fuerzas, y en su desesperación Erwin recurrió a Hallagher Tristan, un joven rey dueño de uno de los ejércitos más abundante y mejor entrenados, con un número y una disciplina que sin duda voltearían la guerra a su favor.

Pero lo único que podía sellar un acuerdo de ese porte era el matrimonio, porque tenían que dar algo a cambio de tanto, y ese algo por desgracia fue su mano, porque su reino no tenía ninguna otra cosa que ofrecerle al rey Hallagher.

Su hermana mayor ya estaba casada con uno de los generales de su propio ejército, por lo que su padre no tuvo más remedio que entregarla con toda la desolación del mundo a pesar de que Kairi insistió en que estaría bien.

Aunque aquello era una mentira. Nada estaba bien ni lo estaría.

Hallagher Tristan era la persona más fría e insensible que había conocido jamás y ahora tenía que ir a vivir a Lennox, su reino, en su castillo que según los rumores era frío y oscuro, y lejos de su familia.

Su padre los declaró marido y mujer, y Kairi no pudo evitar derramar una solitaria lágrima de pura miseria cuando él presionó sus fríos labios contra ella.

Su hermano mayor no pudo asistir a la boda debido a estar combatiendo en la guerra, así que solo pudo despedirse de su abatido padre y su llorosa hermana, pidiéndoles que les dieran su despedida a su hermano y a su cuñada que se quedaba en otro reino refugiándose junto con sus sobrinos.

Se subió a una carroza junto a Hellagher y emprendieron su camino hacia una nueva vida, una miserable nueva vida.

Lanzó un suspiro tembloroso mientras miraba por la ventana, tratando de concentrar sus pensamientos en el paisaje boscoso y no en el hombre desconocido a su lado. Los esperaba un viaje de cinco horas, por lo que sería difícil.

—Umm… —murmuró ella luego de aproximadamente una hora, incapaz de soportar más tiempo el silencio—. ¿Puedo hacerle unas preguntas, señor Hellagher? —inquirió sin atreverse a mirarlo, tratando de sonar respetuosa.

—Primero, dirígete a mí como su alteza o cosas semejantes. Segundo, mírame cuando te hablo. —Ella de inmediato volvió la mirada hacia él, intimidada por su tono seco, amenazante y autoritario—. Tercero, recuerda bien tu lugar. Pregunta teniendo eso en cuenta.

Apretó los puños con rabia, tratando de contener sus ganas de golpearlo. Debía tratarlo bien, él estaba ayudando a su pueblo.

—Disculpe, alteza —dijo entre dientes, cruzándose de brazos—. Solo quería saber si usted tenía más parientes, no invitó a nadie a la boda.

—Eso no es asunto tuyo —contestó cortante.

¡¿Cómo que no era asunto suyo?!

—Soy su esposa, alteza —le recordó—. Creo que si es de mi interés saber si tendré que convivir con sus padres, hermanos o…

—Puedes estar tranquila respecto a eso. En el palacio no estaremos más que tú, yo, y cientos de sirvientes. Tengo una hermana que podría venir de visita de vez en cuando, pero como están las cosas últimamente lo dudo —masculló con amargura antes de lanzarle una mirada exasperada—. ¿Alguna otra cosa, mi reina? —dijo con evidente desagrado.

Kairi hizo una mueca. Reina, ella ya era una reina, no le había tomado gran consciencia a lo que eso significaba sino hasta que lo mencionó.

Junto las manos, sonrojándose profundamente, juntando valor para su siguiente pregunta.

—Quería saber si usted… ¿Usted piensa obligarme a cumplir con todos mis deberes de esposa?

Él alzó una ceja, antes de recorrerla con la mirada con lentitud, pero sin mostrar ninguna señal ni de gusto ni de disgusto.

—Obligar no es la palabra que yo usaría, pero no veo ninguna razón para que no cumplas con esos deberes —contestó sin rodeos, sabiendo muy bien a lo que se refería.

—P-pensé que podríamos p-postergarlos, ya sabe, esperar un tiempo y conocernos mejor antes de…

—No tengo ningún interés en conocerte —la cortó—. Y créeme, tú no quieres conocerme a mí. —Su tono hizo un estremecimiento helado recorrer su columna, de una manera muy desagradable—. Tú solo eres el medio por el cual en un par de años planeó tener un heredero, limítate a complacerme en las noches, después de eso puedes hacer lo que quieras. —Volvió su vista al frente, como dando por terminada la conversación.

Kairi se quedó sin aliento, indignada.

—¿Ni siquiera va a tratarme como un ser humano? ¿Solo soy el medio por el cual conseguirá lo que quiera cuando quiera? —Él regresó a mirarla con impaciencia, como harto de que continuara hablándole.

—A tu segunda pregunta, exacto. A la primera, no tienes razón para exagerar tanto, serás tratada con mucho respeto, eres una reina ahora, solo quiero que respetes mi autoridad sobre ti y cumplas con tus deberes. ¿Acaso es mucho pedir para ti por el bien de tu gente?

Lágrimas de rabia llenaron sus ojos grisáceos, pero se negó a dejarlas escapar, no iba a mostrar esa debilidad ante él.

—No, mi rey. Cumpliré con mis deberes de esposa si así lo desea. —Rápidamente apartó el rostro y se cubrió con su largo cabello negro para que no viera lo patética que era.

Más le valía a su padre ganar la guerra.

Cuando por fin llegaron a su destino, Kairi se tomó un momento antes de bajar del carro, sabiendo que apenas pusiera un pie fuera tendría que afrontar la realidad a la que ahora se enfrentaba.

Mañana despertaría en otro palacio, en otra habitación, en otra cama y con otra persona a su lado.

—¿Qué esperas? —La voz de su esposo la sacó de sus pensamientos, él estaba sosteniendo la puerta del carro abierta y tendiéndole una mano para ayudarla a bajar—. No tengo todo el día, rápido.

Ignoró su mano y se bajó del carro con la mayor dignidad posible.

Una vez estuvo fuera miró a su alrededor, concentrando su vista de inmediato en el enorme castillo que se alzaba frente a ellos.

Apenas era más grande que el palacio de su familia, parecía menos antiguo, y estaba repleto de estatuas de majestuosos dragones.

—Hermoso… —murmuró maravillada.

Sí, era tétrico y oscuro, pero tenía cierto encanto en su moderna sobriedad y los dragones eran un toque original y hasta bello.

—Entremos… —Tristan apareció a su lado con una mirada de perplejidad, pero rápidamente pasó de nuevo a su frialdad y la escoltó dentro del palacio, con sirvientes que llevaban sus maletas caminando detrás de ellos.

No se molestó en presentarla a nadie, todos los sirvientes se inclinaban a su paso sin una palabra.

La llevó al comedor, donde una abundante cena los esperaba.

Descorrió la silla para ella y luego se sentó en frente.

Comieron en silencio.

En cuanto terminaron dos criadas se acercaron y Kairi supuso que serían sus damas personales, pero Tristan las espantó antes de que pudieran hacer nada.

—¿Esas no eran mis damas? —El rey de cabello tan rubio que incluso con la tenue luz de las velas parecía blanco asintió con sequedad a su interrogante—. ¿Por qué hizo que se retiraran, alteza?

—No son necesarias —aseguró—. Vamos. —De repente se puso en pie—. Ya oscureció.

Kairi se estremeció. ¿Ya era la hora de ir a la habitación?

Cuando llegaron a la habitación él abrió la puerta para ella, pero Kairi no entró.

—S-su alteza… le ruego que lo reconsideré. —Juntó las manos para que no notara lo mucho que le temblaban—. Realmente creo que sería mejor…

—No tengo paciencia para esto. —La tomó de la muñeca bruscamente y la jaló dentro, cerrando de un portazo—. Eres el único beneficio verdadero que me gane con esta alianza, tu reino no tenía nada más que ofrecerme que a su hermosa princesa. Me convenció tu apariencia, pero de haber sabido de tu actitud lo habría pensado más —comentó venenosamente.

—Veo la clase de persona que es, alteza —habló con los dientes fuertemente apretados—. Entiendo lo inútil que sería postergar este momento, pensé que con el tiempo podría gustarme, pero ahora comprendo que jamás pasará.

—Exacto, me alegra que lo entiendas.

Aguantando el llanto, ella comenzó a bajar su cierre.

—¿Qué crees que haces? —Sus palabras la frenaron.

—Lo que quiere, ¿o no?

—¿Por qué crees que espante a tus damas, mi reina? —murmuró en voz baja, con tanto desprecio como siempre, acercándose a ella lentamente—. Quiero desvestirte yo mismo. —La tomó de la muñeca y la jaló hacia él, pegándola contra su cuerpo fuerte.

Corrió su aliento sobre su cuello, haciéndola estremecer de manera extraña que no comprendió.

—Acabemos con esto, por favor. —Cerró los ojos.

—De ningún modo, mírame. —La tomó de la barbilla y la hizo mirarlo, sus ojos color esmeralda seguían fríos y sin emociones, pero estaban oscurecidos de deseo—. Vamos a hacer esto y vas a disfrutarlo. —Sin más comenzó a regar besos por su cuello, con sus manos encargándose de desvestirla, arrancándole varios estremecimientos extraños.

—P-por favor… —Ella no quería esto—. No… —Él lamió su cuello y luego lo chupó lascivamente—. ¡No! —Se apartó rápidamente—. Lo siento, no puedo hacer esto. —Trató de ajustar su ropa, pero de pronto Tristan tomó sus muñecas y la apresó.

—Eres una molestia —gruñó, antes de arrojarla bruscamente sobre la cama—. Si tengo que sacrificar a mis soldados por tu pequeño pueblo miserable mínimo merezco una buena cogida. Ni siquiera me estás dejando ser suave contigo, así que haré lo que quiero y más te vale aceptarlo.

—¿Piernas abiertas boca cerrada? —Lo miró con asco—. Lo que ordené, mi rey.

—¿Así que si tienes carácter? —Se le subió encima y terminó de desnudarla—. Me gusta. Pero no creo que puedas aguantar mucho con la boca cerrada, mi reina. —Miró con agrado su desnudez—. Tan hermosa como imaginaba, si no más. Parece que sí eres una buena ganancia. —La observó todavía sin mostrar emociones, mientras se desnudaba a sí mismo, revelando su cuerpo fuerte y cincelado.

—Solo acaba con esto…

—Lo que ordené, mi reina —dijo cínicamente, antes de lanzarse contra ella.

No fue nada suave, la penetró sin delicadeza alguna, rápido y duro. Ya había estado húmeda por sus caricias anteriores, pero aun así dolió. Sentía que la partía por la mitad, la sujetó de las caderas con fuerza mientras la embestía despiadadamente, siempre en contraste con los besos ligeros que repartía por todo su cuerpo. Besó, lamió y chupó toda porción de piel a su alcance mientras arremetía contra ella salvajemente, pero en ningún momento tocó sus labios.

Ella sintió dolor mezclado con placer todo el tiempo, llegó a gemir involuntariamente varias veces, e incluso llegó al orgasmo a la par que él también acababa y salía de su interior.

La arrogancia y satisfacción en sus ojos la hizo querer vomitar, pero en lugar de eso estalló en llanto como no lo hacía desde que murió su madre, llorando desconsolada.

Él hizo una mueca de algo indetectable, algo que parecía culpa, pero que fácilmente podría haber sido hastío. Le lanzó una sábana, con la que ella de inmediato se cubrió y se arrastró hacia el otro extremo de la cama, enterrando el rostro en la almohada y haciendo lo posible por silenciar sus sollozos.

Tristan se acostó al otro extremo de la cama, los cubrió a ambos con otra manta y luego apagó las luces.

Kairi siguió llorando toda la noche hasta quedar dormida.

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