Capítulo 3: Ladrona

La frustración forma parte de Freya, se encuentra lejos de su hogar y no ha podido conseguir que le den dinero por la joya que se arriesgó a robar. Visita cada casa de empeño que se encuentra y las respuestas son las mismas: “La joya es muy costosa como para que usted sea la dueña” “¡Largo de mi establecimiento, ladrona!” “Llamaré a la policía si no sale de aquí y lleva sus problemas a otra parte.”

―Por favor, puede darme lo que tenga. ―Rogó al hombre, su barriga ruge por el hambre, su cabeza duele por el sueño y su cuerpo está a punto de colapsar por el frío.

―No puedo, señorita. ―El hombre la miró con pena, deduciendo lo que había hecho para conseguir una joya de ese carácter. ―No es muy común que las personas quieran deshacerse de una joya invaluable como esa por unas miseras libras. ―Freya frunció el ceño, la pieza en su mano en forma de corazón no se ve tan lujosa. Es hermosa, eso no lo puede negar, pero ¿Qué valga tanto? ―Dígame algo, señorita. ―Freya alzó la mirada de la joya para mirar la cara del hombre. ―¿Es realmente usted la dueña de esa joya?

―Por supuesto. ―Respondió a la brevedad, solo falta quedar en evidencia para que su vida sea más complicada.

―¿Puede darme algún documento de identidad? ―Freya presionó sus labios como siempre que está en problemas. ―Solamente necesito eso y el trato quedará cerrado. ―Con el corazón latiéndole a mil por hora, fue consiente de que su madrastra se quedó con absolutamente todo, ella no es nada en ese mundo y que no tenga ni siquiera su identificación, se lo ha dejado completamente claro.

―No es necesario, tengo diecinueve años, ¿Por qué no simplemente me da el dinero y se queda con la joya? ―Lo miró suplicante. ―Tengo muchísima hambre, no he dormido nada y el frío me está matando. ―Se señaló la ropa. ―He estado empapada por no sé cuantos días, por favor… ―Las lágrimas rodaron por sus mejillas. ―Únicamente quiero un poco de dinero, es todo. ―El hombre se conmovió por ver tanto dolor y pena en la chica, pero no es tonto, conoce muy bien la historia de la piedra preciosa que ella porta.

―Lo siento, muchacha. ―El hombre suspiró. ―No puedo ayudarte, pero quizás tú misma puedas hacerlo. ―Freya lo miró confundida, ¿Cómo puede ella ayudarse si no tiene nada? ―Puedes regresar la joya a su dueño, quizás te dé una recompensa mayor a lo que yo puedo darte por esa gema. ―Freya inició a agitarse, ella vio cara a cara al hombre en sillas de ruedas, no tendría el valor para volver a esa casa, además ya estaba demasiado lejos.

―La joya es mía. ―Sollozó siguiendo su mentira, es la única manera.

―Muchacha. ―El hombre posó la mano sobre las de ella, pero la rápida reacción de Freya lo obligó a retirarla. ―Esa joya que tienes en la mano existe desde los años 1700. ―Le sonrió en un intento por convencerla de hacer lo correcto. ―Esa piedra vale más que este país, ¿No cree que valga la pena hacer lo correcto? ―Freya pasó saliva al imaginarse esa mirada azul gélida.

―Es mía. ―Contestó con pánico, ella no puede devolverla, es lo único que tiene para poder comer, vestir y rentar un lugar. ―Muchas gracias por la ayuda, señor. ―Decepcionada como siempre que no aceptan comprarle la joya, Freya se sentó en una parada de autobuses, ni siquiera puede tomar uno para irse más lejos, ¿Cómo hará ella para sobrevivir? Tres días lleva vagando por las calles de Edimburgo, cargando con su pena, dolor y desesperación por haberlo perdido todo.

Alastahir miró a los hombres que se suponía debían traer a la ladrona ante él, la ineptitud siempre le ha desagradado y la impotencia por haber tenido la posibilidad de detenerla, pero verse limitado por su condición simplemente lo superó como todo últimamente.

―Pelirroja. ―Vociferó más enojado. ―Ojos verdes grandes, pecas en todo su rostro, esa chica temerosa no pudo haber llegado tan lejos con una joya tan costosa como esa. ―Los hombres pasaron saliva, está subestimando a esa chica.

―Señor, la hemos buscado por todas las esquinas, quizás ya se marchó y…

―¡Son todos unos inútiles! ―Lo calló. ―¿Acaso han buscado en las casas de empeños? ¿En las tiendas de antigüedades? ―Los hombres se mantuvieron serios, reprendiéndose por solamente buscar en las calles y los albergues. ―¿Acaso creyeron que ella se metió a mi casa para robar una joya la cuál lucir después? ¡Salgan ahí e investiguen! ―Inició a andar. ―Quiero a esa mujer frente a mí lo más tardar esta noche, si no hacen su trabajo, serán ustedes los que paguen. ―Por supuesto, la injusticia de su jefe los molestó, ¿Qué culpa tienen ellos de que él exigiera estar solo sin que nadie lo cuidara?

―Sea lo que estás pensando. ―Gordon miró a su colega y amigo. ―No quiero escucharlo. ―Negó antes de que su amigo soltara alguna palabra. ―La descripción del jefe es clara, la chica no es una profesional y aun así no se nos ocurrió buscar en los lugares correctos.

―¿Qué íbamos a saber nosotros? ―Gruñó desesperado. ―No la creí tan tonta como para tratar de vender una joya como esa, ¿No sería eso estúpido? ―Gordon asintió.

―Asustada, no lo olvides. ―Ambos subieron al auto. ―Viajemos a la otra ciudad, quizás ahí la encontremos.

―¿Por qué no iniciar desde aquí? ―Donald alzó las cejas.

―Porque no creo que ella intentara vender esa joya aquí. ―Rodó los ojos. ―Si así fuera, esa chica estuviera en la cárcel, nadie estaría tan loco como para comprar esa joya. ―Ambos hombres se encomendaron a Dios para encontrar a la ladrona y llevarla frente a su jefe para que hiciera con ella lo que le plazca.

Alastahir no paraba de gruñir, vociferar y maldecir a los cuatro vientos, ¿Cómo es posible que una simple mujer se haya metido a su casa y le robara la joya de su familia en sus narices? ¿Cómo es que sus hombres son tan inútiles como para no dar con esa chica?

―¡Tres días! ―Tiró el vaso de cristal contra el piso, dejándose dominar por la furia. ―¡Tres días y esos inútiles no han podido encontrar a esa deshonrosa mujer! ―Archie se acercó para recoger los cristales, su jefe ha estado más insoportable los últimos días.

―Ya darán con ella, señor. ―Quiso tranquilizarlo.

―¡¿Ya darán con ella?! ¡¿Ya darán con ella?! ―Gritó más alto. ―Han pasado tres días, Archie, quizás ya vendió la joya y ahora me veré en la penosa necesidad de castigar a quien la compró. ¿Te das cuenta de la gravedad del problema? ¡Es una chiquilla tonta que ha escapado de mí, del hombre más poderoso de toda Escocia!

―Por eso le aconsejé que no se quedara solo, señor… hay mucha gente aprovechada ahí afuera. ―Contestó con calma, ya acostumbrado a los arranques de rabia de su jefe.

―¿Me estás culpando a mí? ―El tono de voz peligrosamente bajo avisó de su metedura de pata, habló sin pensar antes. ―¿Acaso crees que debería dejarla en paz por no haberla detenido yo mismo?

―Señor… no es lo que quise decir…

―Lárgate de mi vista o destruiré toda tu miserable vida. ―Amenazó entre dientes. ―A mí nadie me culpa de nada, ¡Yo jamás tengo la culpa! ―Archie se sobresaltó por el repentino grito.

―Enviaré a limpiar esto. ―Archie alzó el mentón y salió de la sala, mordiendo sus labios para no soltar algo indebido y que todo resulte peor. ¿Cómo puede existir alguien tan arrogante y narcisista como ese hombre?

Gordon y Donald llegaron a la ciudad vecina e iniciaron su trabajo entrando a las joyerías y casas de antigüedades, por supuesto las personas se negaron a darle cualquiera información por lo que el trabajo se les hizo más difícil. Tener porte de asesinos seriales simplemente aterra a las personas por la vida de la chica y por la de ellos mismos.

―Te he dicho que seamos más duros con esas personas. ―Protestó Donald. ―¿Consideras que se resistan si le apuntamos en la cabeza mientras esperamos la respuesta? ¡Por supuesto que no! ―Se respondió él mismo. ―Ya estuviéramos con esa chica atada en el asiento trasero de camino a casa. ―Tiró el cigarrillo al piso y lo aplastó con el pie. ―Estoy harto, si entramos a una joyería más y se niegan a darnos información de la chica, les daré una paliza. ―Gordon sonrió, su amigo siempre de violento y poco paciente.

―Ves esto. ―Le señaló la cara. ―Por toda tu fea cara es que las personas nos echan de sus locales y no nos dicen nada. ―Donald le dio un puñetazo en el brazo a su amigo.

―¿Feo yo? ¡Feo tú! ―Carcajearon entrando al lugar.

―Buenas noches, caballeros. ―El hombre los recibió amablemente, pero sin sonreír. ―¿En qué puedo ayudarlos esta noche? ―Detalló en los trajes negros a la medida y los portes de los hombres frente a él.

―Estamos buscando a una muchacha. ―Gordon sacó una foto. ―Pensamos que ha estado intentando vender una joya. ―Esta vez Donald sacó la foto de la costosa joya. ―¿Ha venido a este lugar? ―El hombre suspiró, por supuesto, que lo visitó, así como a todas las joyerías en el lugar.

―Bueno, quizá sí, quizás no…

―Escúchame, viejo. ―Donald perdió la paciencia. ―Estoy harto de la misma respuesta, es mejor que mires bien esas fotos y me des la información que quiero. ―El hombre canoso no se alarmó por el temperamento del hombre, siguió limpiando el reloj en el que trabaja.

―Para que una chica tan dulce e inocente se llevara esa joya, la seguridad del lugar debió ser tan mediocre como sus intentos por sacar información. ―Gordon detuvo a Donald para que no tomara por el cuello al viejo.

―Es una larga historia que no le contaremos. ―Gordon lo miró a los ojos en cuanto el viejo decidió mirarles la cara. ―Solamente queremos la joya, es lo único que pide nuestro jefe. ―El hombre alzó las cejas, sabe muy bien a quién le pertenece la joya.

―Lo siento, caballeros, no tengo idea de lo que están preguntando, no soy su hombre. ―Los ignoró nuevamente.

―Viejo maldi… ―Gordon tiró de su compañero para sacarlo del lugar y no liar la de Dios.

―Juro que, si no me pagaran tan bien, ya hubiera dejado este trabajo. ―Apretó los puños con fuerza.

―Dios mío. ―Freya apretó la mano derecha en su estómago, el hambre ya no la deja en paz y las náuseas están permanente en ella. ―Tengo muchísima hambre. ―Susurró débil y mareada por llorar sin parar. ―Lo siento. ―Susurró al estrellarse con Gordon, ya no puede mantenerse en pie.

―No hay problemas. ―Freya asintió sin mirarlos, quiere llegar a la tienda de ese amable señor y rogarle que le compre la joya, él ha sido el único que no la echó de su establecimiento al ver la joya.

―Es ella. ―Donald la vio con incredulidad. ―¡Está aquí! ―Agrandó la sonrisa. ―Ya no debemos seguir con este patético trabajo, vamos por ella. Trae la cinta y las cuerdas. ―Gordon lo detuvo, la chica se ve demasiado mal como para ser un peligro. ―¿Qué pasa? Hay que atraparla. ―Lo miró confundido.

―Eso no hace falta. ―Se la señaló, Freya se encuentra en el piso inconsciente.

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