Capítulo 32. Un Error

―¿Qué haces despierta?

Albert tomó la suave barbilla de Norah y la hizo mirarlo a los ojos. Se veía pálida, enferma, con los ojos llorosos. Esa apariencia, tan frágil, como si se fuera a desvanecer al siguiente segundo, era tan encantadora, como si pidiera ser acompañada y adorada.  

―Debes descansar más, regresa a la cama.  

Norah lo ignoró y esperó a que la soltara, cuando abrió la puerta, no tenía idea de que el hombre estaría detrás, y menos aún, con una mujer discutiendo sobre sus planes de venganza hacía ella.

Pensó que la habían llevado a otro lado de la mansión, un lugar más encerrado, más custodiado por guardias y caballeros, incluso más alejado de la bella mujer, la famosa amante del Duque. Pensó que ahora sí sería una verdadera prisionera. Que sorpresa que no fuera así.

Suspiró y su pecho se elevó varias veces para calmarle el corazón. Tenía enojo y sorpresa en los ojos, pero no estaba de humor para saltar a la pelea. &nbs

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